Pónganse casco. Vienen tiempos turbulentos, con terremotos, caída de edificios, desprendimiento de cascotes, vientos y huracanes. Hace 16 años que empezó el siglo XXI, pero la mayoría aún no se ha enterado. En particular, los poderosos, los que tienen la sartén por el mango. Para ellos, todo sigue siendo siglo XX. Uno de los peores siglos de la historia, con la más feroces guerras, crisis y el nacimiento en las dos últimas décadas de la rapiña institucionalizada y a lo bestia, también llamada "neoliberalismo".

Suele decirse que los años mejores, los más sólidos del capitalismo fueron aquellos en que tuvo que fingirse socialdemócrata por la guerra fría y el pánico al sistema que había tras el telón de acero. Caído ese telón, sin embargo; muerta la amenaza soviética, ha desplegado sin pudor todas sus energías y esto que vemos ahora es el resultado: un mundo cada vez más desigual, más desquiciado, en el que unos pocos acumulan riquezas ingentes, mientras millones y millones no ven forma de sobrevivir de un día para otro. Y no puede parar aunque quisiera, porque se trata de un fenómeno colectivo que una vez en marcha solo puede detenerse traumática, violenta o accidentalmente. Pero habrá de detenerse porque sencillamente no cabe su expansión indefinida ni hay "combustible" económico para continuar el disparatado proceso de concentración de riqueza que rige las relaciones económicas internacionales.

Hace tiempo que, de hecho, esa riqueza o combustible económico tiene más de ficticio que de real. Hace tiempo que inventan el dinero, llegando a extremos delirantes. La economía financiera no es más que un delirio de apuntes contables, en el que la economía real se batió hace tiempo en retirada y con la que apenas tiene el menor contacto. Yo puedo pedir prestado dinero a mi banco, para invertir en "futuros", de modo que apostaré a que determinadas acciones suben o bajan. Y si acierto, habré ganado un dinero a partir de la nada, puesto que no he puesto un céntimo ni el dinero prestado por el banco es otra cosa que apuntes contables sin conexión con lo real. O puedo comprar "derivados", cuyo contenido nunca sabré ni me importa, y que intentaré vender por más dinero cuanto antes, porque ese es el único negocio posible. Es la economía de casino que rige el mundo en la actualidad y que ha tenido que inventar timos como las brutales deudas de los Estados, para seguir esquilmando a la inmensa mayoría de la población y poder seguir echando leña al fuego de la especulación. Todo eso, por su propia lógica, o por la ausencia de cualquier lógica, tiene los días contados y es la razón de que las crisis de valores bursátiles o deuda o financieras sean algo, no excepcional, sino cada vez más frecuente en las noticias.

Por eso les sugiero que se pongan casco. La economía mundial, transformada en casino mafioso en el que siempre gana la banca, va a colapsar más pronto que tarde. Y todo se pondrá patas arriba. Cuando eso ocurra se nos revelará, por contraste, lo rica que es Zamora y lo próspera que puede llegar a ser, con tanta tierra como tiene, con tanta agua, con tanto y tan variado paisaje, con gente que aún sabe el nombre de los pájaros y las propiedades curativas de las plantas. Nos va mal ahora, nos va muy mal, porque el mundo se ha instalado en territorios económicos de ficción, en la mentira compulsiva y en horizontes de codicia universal sin límite. Y ese no fue nunca nuestro territorio. Estamos en un tiempo de cambio; las turbulencia van a más y cada vez serán más evidentes. No hay que acobardarse. Hay que apretar los dientes e intentar que el cambio se acelere todo lo posible. Porque no somos nosotros los que más vamos a perder. Al contrario. La podredumbre del dinero ficticio -el dinero lo es por definición, sí, pero aún han perfeccionado su abstracción- se ha apoderado de los grandes centros de poder. Y estos se derrumbarán. Como todo lo que huele al funesto siglo XX. Procuren por tanto no escuchar ni leer a tanto interesado, a tanto bobo sin lecturas, a tanto papagayo, a tanto y tanta columnista de tres al cuarto, emperrados en gritar que debemos adorar a la prima de riesgo, al FMI o al fétido Deutsche Bank.

La vida, amigos. Eso es lo que importa. Y la vida nunca ha estado en Wall Street, la City londinense o las bolsas más cercanas. En Zamora, sí. Y en cuanto se derrumben los imperios de la codicia, habrá un renacimiento general para provincias como la nuestra. Aquí lo único que cabe temer es que todo siga igual. Y no parece que esto aguante mucho más. Ánimo, que podemos.

(*) Secretario general de Podemos Zamora