Tardará algún tiempo en desvelarse el misterio ocasionado por el suicidio de Diego, el estudiante de once años que se quitó la vida arrojándose por la ventana desde su piso situado en una quinta planta. Las claves para la solución del enigma estarán en la carta que dejó escrita y en las declaraciones de las partes implicadas y personas que, desde fuera del caso, sirvan de testigos para ese y otros casos. El fenómeno al que todos culpan del suceso es algo que ocurre con excesiva frecuencia en los centros de enseñanza españoles y supongo que extranjeros.

La prensa nos ofrece, en dos días diferentes, la actitud de un reconocido médico forense, que ya parece haber vislumbrado algo de la solución esperada, al hacer hincapié en alguna afirmación o ruego manifestada por Diego en su carta de despedida. La intervención de ese señor fue algo no esperado e inadmisible, en la forma y en el contenido. Él mismo lo ha reconocido en la segunda manifestación presentada por la prensa. Sin embargo, hay que reconocer algunos elementos válidos en aquella intervención inconcebible en tal persona.

La primera es su afirmación de que, sin llegar a un verdadero acoso, siempre ha habido en las aulas sucesos iguales o parecidos al que supuestamente originó lo que ocurrió con Diego. Los defectos o excesos existentes en alguno de los alumnos hacen surgir entre sus compañeros algún condiscípulo o algún grupito de condiscípulos que toman la base para atacar al compañero, afeándole sus defectos o cebándose en la excelencia de sus "excesos". En el primer caso, tenemos un excesivo y deplorable reconocimiento del defecto en el compañero; en el segundo caso, no es más que el producto de la envidia, que en España se ha reconocido como "el deporte nacional".

Parece que en el caso de Diego se dio, según la declaración de alguna antigua compañera, una mezcla de los dos casos. Según se dice, Diego, al parecer, no era demasiado comunicativo y abierto; eso se consideró como un defecto deplorable y por ahí se le atacó. Por otro lado, Diego se distinguía, antes de estos últimos tiempos, por ser el alumno más aventajado de la clase, a base de su inteligencia ayudada por un afán manifiesto de estudio. Se había ganado el calificativo de "empollón", término con el que se designa al alumno estudioso en modo evidente. En España, si hacemos caso a la prensa se han dado los dos casos, si bien no en un mismo sujeto, como era el caso de Diego. Antes no se utilizaba el apelativo que ahora se ha impuesto como una moda. Ahora se acude al término "acoso", tal vez porque realmente se llegue a un ataque tan cruel y frecuente que llegue a acosar a la víctima. La envidia, seguramente por su naturaleza perversa, se presenta muy disimuladamente, aunque puede llegar a la exclusión de la víctima cuando existe cierta competencia o competición. Conocemos algún caso en el que ha producido, supuestamente, esa exclusión de algún centro de enseñanza.

El análisis de la carta que Diego dejó escrita, hace al doctor citado fijar su atención en dos expresiones que pueden ser reveladoras. Una es un ruego dirigido a sus padres: "No os separéis"; la otra es que "no lo odien". Para llegar a poder enjuiciar esas dos frases es necesaria una sincera declaración de sus padres y, seguramente, de algunos vecinos. Lo que ocurre en la vida de una familia es muy difícil de conocer porque en la convivencia hay muchas capas que se van asentando con el tiempo. La decisión adoptada por Diego es muy difícil de entender. Por muy grave que sea el ataque de compañeros y por cualquier situación familiar, no hay motivos aceptables para quitarse la vida.

Aunque lo insinuado en la carta -que, naturalmente, necesita una interpretación tal vez inadmisible- fuera cierto, el misterio de la muerte voluntaria del pequeño Diego seguiría siendo un misterio digno de una indagación hasta las últimas consecuencias.