Pues sí, pero no. Están de acuerdo, Sánchez e Iglesias, PSOE y Podemos, en formar un gobierno de cambio, progresista y de izquierdas, pero cada vez que llega el momento de que ambos líderes políticos hablen del tema, por separado o juntos, como ahora, parece que se tuercen las cosas y la opción se difumina un tanto. Por un lado está la inmensa presión, propia y ajena, que soporta el candidato socialista, y por el otro lado una actitud intransigente y hasta arrogante de los populistas. Puede que estén fallando las formas, aunque ambos partidos, en el fondo, confíen en el pacto final.

La entrevista entre Sánchez e Iglesias tuvo lugar en el Congreso, pero las cosas no podían empezar muy bien cuando desde Podemos se había pedido, horas antes, que el PSOE excluyese de las negociaciones a Ciudadanos. Una exigencia absurda e inmadura - por mucho que Rivera no sea capaz de ocultar ya la clara tendencia derechista de su partido, y que solo ha obtenido de Pedro Sánchez la rotunda negativa que cabía esperar y la reiteración de que hablará con los dirigentes de todos los grupos, de izquierda y derecha, como debe ser, aunque con el PP no negociará, ni tampoco con independentistas.

Por su parte, ha sido igual de claro Pablo Iglesias, que quiere ser vicepresidente de un Gobierno de coalición con el PSOE y quiere primar las políticas de emergencia social por encima de otros programas, pero sin renunciar al referendo del independentismo catalán, un problema que el candidato de Podemos entiende que debe ser resuelto a base de soluciones democráticas, aunque sin excluir un aplazamiento. Y hasta ahí se llega, en realidad porque no hay más, ya que el tema de la unidad nacional no admite de componenda alguna y sigue siendo una línea roja infranqueable para Sánchez. Pero insistiendo Iglesias en que el PSOE tendrá que elegir entre la derecha diferida -así la llamó- que es Ciudadanos, o Podemos, única opción que garantiza la investidura, que contaría, a más, con los votos de IU y PNV.

Porque para que se produzca la entente PSOE-Ciudadanos sería preciso que el PP se abstuviese en la votación de investidura. O Podemos. Pero ninguno de los dos está por la labor y así lo han reafirmado Rajoy e Iglesias. Parece muy difícil que alguno de ellos, convertidos en líderes frustrados, pueda renegar y variar su postura, si bien pudiera resultar más factible, en último caso, en la dirigencia de Podemos, aunque solo fuese por no ir junto al PP en nada, ni siquiera para hacer la pinza. Pero es una probabilidad lejana. Y así siguen las cosas, con la única alternativa de unas nuevas elecciones que nada cambiarían.

Se comienza la semana, pues, en punto muerto. Sánchez se muestra optimista y enseguida volverá a reunirse con el candidato de Podemos, que ha vuelto a reiterar su prisa en desbloquear la situación. Lo mismo que el PP que sale ahora pidiendo que la sesión de investidura se celebre el día 22. Es curioso que después del letargo de los populares que ha seguido al 20-D y de la doble renuncia a la investidura, ahora le entren las urgencias a Rajoy. Pero el PP ya no depende de sí mismo, sino de lo que hagan o no los demás.