Los franciscanos llegan a España a principios del siglo XIII. San Francisco presidió un capítulo celebrado en 1219 donde se acordó enviar a los reinos de la península a cien religiosos bajo la tutela de fray Juan Parente. Destacan entre la personas más cultas e influyentes de la época Pedro Gallego, autor del Liber de animalibus, De Astronomía, De Regitius domus, que han llegado hasta nosotros. Contemporáneo de Pedro Gallego, aunque algo más joven, fue Juan Gil de Zamora. Sobre Juan Gil suele decirse habitualmente que era noble, aunque esta afirmación no la corrobora documento alguno. En cambio, hay un dato seguro en escrito que el propio Juan Gil dirige al infante Don Sancho: "Ciertamente, ahora he escrito para vos un primer librito sobre nuestra ciudad, Zamora. Lo compuse lo mejor que supe y pude, no con objeto de estudio, sino para vuestro solaz. Que aprendáis con cuántas y cuán sublimes bondades Dios glorioso la distinguió, de cuantos peligros la salvó, cuán fiel se mantuvo a sus gobernantes, y cómo la protegió casi al borde de la destrucción Dios Altísimo y Eterno, en cuya mano está toda potestad y los derechos de todos los reinos. Sería tenido como un ingrato por Dios y por los hombres si no exaltase con el pregón de la verdad a los gloriosos varones y a nuestros antepasados, en las sucesivas generaciones, y a la propia ciudad que nos crió".

Aunque no con exactitud, la fecha de su nacimiento puede datarse en el reinado de Fernando III, fray Juan Gil de Zamora fue primero secretario del rey Fernando el Santo.

Respecto al emplazamiento de los franciscanos en Zamora, leemos: "En la muy noble ciudad de Zamora, en Castilla la Vieja, de aire muy agradable, en la fértil ribera del Duero, se trasladaron los hermanos este año (1260) desde el eremitorio de Santa Catalina, que habían ocupado desde el año 1246, hasta otro cercano a Santa María del Milagro, a sesenta pasos, a la orilla del río, junto al puente, al otro lado de la ciudad". El propio Juan Gil en el explicit a varias de sus obras nos dice que el convento se encuentra apud Zamoram, entendemos así que el convento en el que se encontraba era aquel del que hoy solo quedan unos cuantos restos, reaprovechados en la actualidad como sede de la Fundación Rei Afonso Henriques .

Por haber sido cronista del santo (san Ildefonso), a fin de que los hombres venideros conocieran sus milagros, más dignos de ser escritos que las hazañas de los hombres, sin duda, por este motivo, es incorporado como un personaje destacado en el retablo que se conserva en la Catedral de Zamora, retablo en el que se nos narra cómo Don Suero, el obispo de Zamora, presenta a la ciudad las reliquias del santo y ante ellas los tullidos, los ciegos, los poseídos, los sordos, todos aquellos que acuden al umbral del templo, sanan milagrosamente.

Lo más destacado de esta crónica es cómo el autor va dando la filiación, el pueblo o barrio de donde procede aquel en el que obró el milagro de san Ildefonso, así acerca, certifica y corrobora la maravilla y el prodigio: Una muchacha de Cubillos, asediada por el demonio, quien por escrito le da fe de su asedio hasta que se acerca al templo de Ildefonso. En otro caso, Eufemia, una mujer de San Lázaro, que ha quedado sorda, se acerca a las reliquias del santo para ponerle una vela, y al pronunciar el obispo: "Arriba los corazones", recuperó la salud, celebrándolo todos los asistentes congregados en la iglesia.

Los franciscanos hispanos, igual que en el resto de Europa, aparecen ávidos de conocimiento sobre cuestiones diversas siempre relacionadas con el estudio del hombre: el tiempo, el espacio, la generación, la enfermedad. El aprendizaje de las ciencias y la profundización en el arte de la predicación quedan evidentes en la obra de Juan Gil a la luz de la lectura de algunos de sus pasajes, donde se observa la incardinación del discurso moralizador a partir del material científico. En París, Juan Gil desarrolla su actividad durante cuatro años, profundizando en las nuevas corrientes intelectuales. Una vez obtenido su doctorado, viaja al norte de Italia. Juan Gil formó parte de la élite franciscana europea, merced a sus estudios y a las relaciones que debió entablar por entonces.

De regreso a tierras hispanas, ya formaba parte del círculo de la Corte, como scriptor de Alfonso X y como maestro y consejero del futuro Sancho IV. Ocupó, más tarde, cargos importantes dentro de la Orden, como custodio de la circunscripción de Zamora y posteriormente como ministro provincial de la provincia de Santiago (1300). Probablemente, vivió hasta los ochenta años.