Uno. En su lucha contra el dopaje, en su afán por acabar con quienes ganan haciendo trampa, el deporte ha desarrollado numerosas estrategias. Una de las más vistosas, no sé si eficaces, es eso de que retiren los triunfos retroactivamente a los deportistas cuando se demuestra que ganaron haciendo trampa. Al ciclista Armstrong le "quitaron" no sé cuantos Tours de Francia ganados una década antes. A algunos atletas se les retiran las medallas ganadas en competiciones y se borra su nombre de la lista de ganadores? No dejan de ser castigos que no pasan de simbólicos, porque la gloria alcanzada en su día y el dinero que la acompañaba, se disfrutaron. Pero al menos se intenta marcar al tramposo, para advertencia de los que llegan detrás y para vergüenza del pillado. En política no es posible siquiera ese castigo simbólico. A estas alturas, sobran los indicios, pruebas y evidencias de que el PP es un partido dopado hasta las cachas desde prácticamente su fundación o refundación. La ley marca cuánto dinero se puede gastar en una campaña y de dónde puede salir. Pero si se descubre que un partido vulneró una cosa y la otra, tampoco pasa nada grave, al menos hasta hoy. Ni se le pueden retirar simbólicamente las victorias conseguidas de esa forma tramposa, ni se le inhabilita para seguir compitiendo. La impunidad es absoluta. Aunque comprensible. Imaginen que las normas de las actividades deportivas dependiesen exclusivamente de los que los deportistas quisiera o decidieran. El gran problema de la política ha sido siempre que se rige por leyes que aprueban los políticos. Debería de tenerse en cuenta ahora que al fin hablan todos de "segunda transición" y cambios constitucionales; eso de lo que al principio solo hablaban los "radicales" de Podemos. Propongo una norma que diga algo así como "los políticos elaborarán todas las leyes, salvo las que tengan que ver con ellos mismos y sus actividades; en cuyo caso deberán elaborarlas los más altos tribunales y aprobarlas por unanimidad el Constitucional". Y ahí habría que incluir también lo de los sueldos, claro. ¿Qué es eso de algunos decidan sobre sus propios sueldos? Con cautelas de ese tipo, no sería posible la existencia de partidos como el PP, o cuando menos tendríamos medios para castigarlos e incluso disolverlos si llegasen a los extremos a los que ha llegado el vergonzoso partido refundado por Aznar.

Dos. Uno recuerda que Italia, la de antes de Berlusconi, la del bipartidismo de las posguerra, cuando solo podía gobernar la Democracia Cristiana, porque el otro gran partido era el comunista y estaba "prohibido" por las grandes potencias; uno recuerda, digo, que aquella Italia sabía sobrevivir a largas temporadas sin Gobierno, o con Gobiernos en funciones. E incluso sostenían muchos italianos que en esos lapsos "anárquicos" era cuando mejor funcionaba el país. El otro día leía un primer reportaje de un medio español, en el que se venía a decir que el Gobierno no es tan importante y que la maquinaria de la Administración sigue llevando con solvencia el día a día, aunque en La Moncloa solo haya un don Tancredo en funciones. Ojo con eso. Deberían de pensar en ello los grandes líderes políticos. La vena anarquista o anarquizante de los españoles siempre ha estado ahí, latente y al acecho. Desde abajo se entienden mal cómo se hacen las cosas desde arriba. Y la desconfianza en los gobernantes es absoluta. La mera intuición de que podamos funcionar igual o mejor sin que haya nadie al timón puede ser letal para una política que, de por si, está en horas muy bajas. Yo no enredaría demasiado, pues, con el ceremonial que ha puesto en marcha el líder del PSOE en su afán por adquirir estatura de estadista. Humanamente se le entiende. Políticamente es muy peligroso. Y la utilidad de estirar los plazos tanto como pretende no existe, salvo para asuntos internos de partido. Sánchez debe acelerar la formación de un Gobierno, si de veras puede (y no lo creo, porque solo le dejan mirar a la derecha). O debe zanjar cuanto antes el encargo y dar los pasos necesarios para que la gente vuelva a las urnas. Los resultados de diciembre exigían, para ser bien administrados, una clase política muy superior a la que padecemos. Ya han visto a Rajoy: ni sale de la madriguera. Ya han visto al PSOE: maniatando de inmediato a su líder para que no se mueva. Y espero que vayan calando a Ciudadanos: sin la menor autonomía y atento solo a lo que pidan los poderes económicos que lo inventaron. Imposible administrar bien un país con esos mimbres. Así que a ver qué pasa: o anarquía a la italiana o cambio.

(*) Secretario general de Podemos Zamora