Uno de los criterios para valorar la calidad democrática de un país podría ser la tranquilidad con que se permite a los profesionales de la justicia juzgar los casos de corrupción tanto política como económica pues ambas suelen estar estrechamente relacionadas.

Tranquilidad frente a la heroicidad que deben demostrar cuando, como ha ocurrido tantas veces aquí, se ven obstaculizados en su trabajo por los poderes fácticos si no directamente difamados por intentar cumplir solo con honestidad su trabajo.

Otro criterio de calidad democrática sería el caso que se hace y la protección que se ofrece a quienes llaman en inglés "whistleblowers", es decir quienes desde el interior de una empresa o un órgano del Estado denuncian los abusos o delitos que allí hayan podido cometerse.

Es en cualquier caso pura demagogia decir, como se oye aquí una y otra vez, que por unas cuantas manzanas corruptas que haya en un partido, son muchísimos más los militantes honestos, que ninguna culpa tienen del comportamiento delictivo de algunos.

Es demagógico, entre otras cosas, porque muchas de esas manzanas podridas no son unos militantes más, sino que ocupan o han ocupado puestos de responsabilidad en sus respectivas formaciones, llámense PP o PSOE como en el caso de Andalucía.

Y lo es también porque muchas veces, como hemos visto sobre todo en Valencia, muchos de esos militantes o ciudadanos honestos han demostrado una enorme tolerancia con la corrupción al seguir votando a sospechosos o directamente corruptos.

Ese tipo de comportamiento se explica por algo letal para la democracia como es el cinismo político: se llega a la conclusión de que todos los partidos son iguales y se vota a los de siempre porque al menos son "nuestros corruptos".

Es la estrategia empleada reiteradamente por el partido que nos ha gobernado con claro abuso de su mayoría absoluta los últimos cuatro años y que, ante las acusaciones de corrupción que recibía, utilizaba el ventilador para repartirla entre todos, intentando así, con la inestimable ayuda de los medios afines, diluir la propia.

La corrupción ha sido en muchos casos una forma de financiación de ciertos partidos políticos a todos los niveles, desde el estatal hasta el municipal, auspiciada por actividades como las obras públicas o la construcción de viviendas.

Y es muchas veces la corrupción a nivel local la que ha hecho que muchos ciudadanos, beneficiados de uno u otro modo por ella, volvieran a votar otra vez a grupos denunciados en los medios por los casos de cohecho o prevaricación en sus filas.

¿Cómo entender, si no es por eso -aunque también por inercia- que el PP volviera a ser el más votado en las pasadas elecciones con el mismo responsable al frente y sin haber acometido la necesaria regeneración?

La tarea más urgente para el Gobierno que pueda salir de las actuales negociaciones o, en caso de fracaso, de unas nuevas elecciones es poner todos los medios para combatir tan vergonzosa podredumbre.

Otros problemas, como el que presenta el desafío soberanista catalán, no tienen pese a todo tanta prioridad.