El 2016 nos va a sorprender con su magia. Ya desde los primeros pasos se bosqueja como un año que dejará huella en lo político, en lo económico y posiblemente en lo social. Pero también nos traerá a la memoria que hace 400 años murió Miguel de Cervantes, el inigualable genio de las letras españolas, autor de la obra cumbre de nuestra literatura: "El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha".

No hace falta ser profeta para adelantar que los telediarios e informativos radiofónicos -incluso los grandes titulares de los medios escritos- nos van a atiborrar con suculentos platos combinados a base de tejemanejes, chanchullos, conspiraciones, zancadillas, empujones?, incluso puñaladas traperas? Tampoco se necesitará ser pitonisa para afirmar que la gran obra cervantina, espejo y síntesis de nuestra identidad, seguirá siendo tan desconocida como ensalzada.

Los grandes chefs de los fogones patrios nos van a alimentar día tras día con recetas exóticas y atrevidos maridajes para dar salida a productos que no pocos juzgarán "con denominación de origen" y otros tantos al menos considerarán espurios, transgénicos o incluso peligrosos para la salud patria.

La grandeza de una "obra clásica", lo que de verdad constituye su marchamo de tal, es la actualidad permanente que rezuma, su capacidad no solo de regalarnos un reflejo realista de los tiempos en que fue creada, sino también de ofrecerse a nuestros ojos como luminosa imagen del presente. La lectura inteligente del "Ingenioso Hidalgo?", lo hace merecedor indiscutiblemente de la categoría de "obra clásica". Son muchos -muchísimos- los pasajes, reflexiones, situaciones? que más parecen trasunto del hoy que del ayer.

Y aunque, como hemos dicho, serían interminables las citas que podríamos aducir para corroborar esta "actualidad", quisiera, en este artículo, recomendar la lectura reflexiva de dos capítulos de la obra cervantina. Se trata de los capítulos 42 y 43 de la segunda parte, en los que D. Quijote da rienda suelta a una catarata de recomendaciones a Sancho Panza, para salir airoso de la tarea de gobernar. En el primero, desgrana las prendas de índole ético-moral que deben mover al buen gobernante en pro de los gobernados, mientras que en el segundo dibuja las notas de carácter "estético" que deben adornar su propia persona y figura para ganarse el respeto, e incluso afecto, de los gobernados. La síntesis de ambos aspectos nos daría -sin margen para el error- la imagen completa del gobernante ideal.

Como aperitivo, solo citaré aquí una de las recomendaciones de cada apartado: en el capítulo 42, D. Quijote comienza aconsejando: "Primeramente, oh hijo, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada".

En el capítulo siguiente, el 43, entre otras muchas lindezas, le aconseja: "No andes, Sancho, desceñido y flojo; que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería".

El lector que acepte el consejo se admirará de que hace 400 años se pudieran vislumbrar tan claramente situaciones actuales. ¿Será que el tiempo no es tan eficaz en el progreso del ser humano y de las sociedades que conforma? Quizás concluyamos que 400 años no son más que un suspiro.

Andrés Domínguez Cabezón

(Licenciado en Filosofía. Toro)