El 2 de febrero la Iglesia celebra la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén, también conocida tradicionalmente como la Purificación de María, ya que así cumplieron José y María con la norma judía de presentar los niños a Dios cuarenta días después del nacimiento. El Martirologio Romano explica así el acontecimiento: "lo que podía aparecer como cumplimiento de la ley mosaica era realmente su encuentro con el pueblo creyente y gozoso, manifestándose como luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel". La liturgia de la Iglesia prevé para ese día una procesión al inicio de la misa, con velas encendidas (las candelas), simbolizando esa luz de Dios que llega al mundo en Jesucristo, y que es acogida por los ancianos fieles Simeón y Ana, que aguardaban la liberación de Israel.