Se lo advertí a quienes tanto trabajaron conmigo en la campaña electoral: -Que conste que me gustaría salir diputado por vosotros. Y por la gente que votará a Podemos, llena de esperanza. No por mí. Yo he cobrado mi compensación por adelantado, en forma de afectos, de apoyos, de ánimo, de gente que me saluda y sonríe.

Lo decía en serio. He tenido la sensación, toda la campaña, de que la gente me llevaba en volandas o como si fuera en canoa, y de que solo esperaban de mí que aguantara la travesía, no me cayera al agua y levantara los brazos al llegar a la meta. El propio día de las elecciones, esa sensación fue desbordante.

-Vas a salir. No nos olvides.

Yo no lo veía tan claro. De hecho, lo veía oscuro. En la campaña comprobé que el miedo a ser libre persiste y que hay fundamentos para ello en los pueblos. Demasiado pequeños, no existe el secreto del voto. Todos saben qué vota el vecino. Y si vota otra cosa, saben quién ha cambiado y por qué. Y hay miedo, muy fundado, a votar contra los intereses del caciquillo local. Recuerdo un pueblo al que llegamos y, al principio, solo apareció una persona a escucharnos. A la primera de cambio, nos dijo:

-Me caéis bien pero no os voto. Soy de IU, comunista de toda la vida. He venido porque me mandó mi mujer. Me dijo: Anda, vete, que están los pobres de Podemos y no irá nadie, porque ya sabes lo cagaos que somos en este pueblo. Ve y al menos les haces compañía. Al final, sí que aparecieron más vecinos, poco a poco, hasta una decena, incluida la mujer del primero. Y por cierto, esa mujer y su familia, creo que al completo, sí nos votaba. Solo él se mantenía fiel, admirablemente, a unas ideas heredadas de su padre, de cuyas penalidades de guerra y posguerra algo supimos.

Escenas similares se nos repetían en otros pueblos.

-No vendrá nadie -nos decía el primero que llegaba-, aquí hay mucho miedo. Ni aunque os voten querrán que se sepa.

Siempre acababa llegando más gente, pero es verdad que no mucha: media docena, diez o doce. Rara vez más. No hay libertad de voto en los pueblos. Hay miedo. Quizá haya que ir a colegios electorales que agrupen varios pueblos para que nadie pueda saber qué vota el vecino. Es una idea a la que doy vueltas y que consultaré con compañeros que saben de esto.

En la ciudad es otra cosa. El único temor que detecté es el lógico y comprensible miedo al cambio, a lo diferente, a la transformación. Ese, sin embargo, se puede combatir de mil formas, mediante la charla, la información. Los zamoranos tienen tanto pasado de apaleamiento, de desprecios, de tomaduras de pelo que de quienes más desconfían es de quienes insisten en ser como ellos y estar a su lado.

-Demasiado bonito para ser verdad. Prefiero votar a quienes no me decepcionarán, porque nada espero de ellos.

Me llegaron muestras de que ese miedo lo habíamos vencido, siquiera en algunos casos. No olvido por ejemplo, a ese hombre, que se me acercó en el Obispo Nieto el día de las elecciones y me dijo:

-¿Usted es Llamero, verdad; el de Podemos? Pues mire, le digo una cosa. Le acabo de votar. Pero no porque no me convenza ni usted ni su partido. Le he votado solo porque estoy harto de los otros. Todos me han engañado. En cuanto salen, se olvidan de nosotros. Y espero que ustedes sean distintos. Pero estaré vigilando. No le quitaré ojo para ver qué hace usted con mi voto.

Le di las gracias dos veces: por el voto y por prometerme estar vigilante, como debe hacer siempre un buen demócrata. No salí diputado. Quedé bastante lejos, a casi ocho mil votos, sin alcanzar los 16.000. Aún así, le pido a ese votante, y a todos los demás, y a todos los que dudaron pero acabaron votando otra lista, que estén vigilantes y no dejen de observar a los de Podemos. Hemos obtenido un buen grupo en el Parlamento, aunque sea insuficiente para gobernar. Y haremos valer esa fuerza de más de 5 millones de votos, entre ellos casi 16.000 de Zamora. Somos un partido de nuevo cuño, el primero del siglo XXI. Y lo van a notar ustedes desde el mismo instante en que se forme el nuevo Parlamento.

Por mi parte, les doy las gracias a todos. No tanto por los votos, como por los afectos. Me sentí muy querido durante la campaña. Y eso, convendrán conmigo, vale bastante más que un escaño. ¡Qué orgullo, ser zamorano! Felices fiestas y un año nuevo de cambio hacia lo que de verdad merecemos.

(*) Secretario general de Podemos Zamora