Supongo que las fechas de campaña electoral han traído a mi memoria el célebre relato de Manuel Rivas: "La lengua de las mariposas", que cuenta con una muy digna versión cinematográfica, en la que Fernando Fernán-Gómez está inmenso como maestro republicano. Este personaje, celebrando su jubilación, al despedirse de padres, alumnos y autoridades, pronuncia unas palabras tan cargadas de fuerza y sentido como para traerlas a estas líneas: "En el otoño de mi vida, yo debería ser un escéptico y en cierto modo? lo soy. El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero; pero de algo estoy seguro, si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad, nadie les podrá robar ese tesoro". Ya saben que la historia se llevó por delante al maestro y a toda una generación, que no pudo crecer libre, porque Franco y sus secuaces se levantaron contra la II República.

Cuando enfrentamos una convocatoria a las urnas tan importante, conviene pararse en la vorágine de los discursos y las emociones, para mirar atrás, para fijarnos en esa generación que ha crecido en libertad bajo los auspicios de la Constitución de 1978. Me pregunto si las personas que pertenecen a ella comparten identidad. Si les preocupan las mismas cosas o si les ocupan parecidas tareas. Nuestro gran pensador, Ortega y Gasset, concebía la sociedad como un proyecto en el que los individuos alcanzan una cierta identidad y parecido desarrollo. Creía que las generaciones marcaban el ritmo de la historia y que estas integraban a sus miembros de muy diferente forma. A unos como masa, aquellos que se conforman pensando lo que "la gente dice", a otros como élite, que son los que buscan hacerse su propio pensamiento, crearse su opinión. La élite de la sociedad despierta en la masa el deseo de perfeccionamiento, suscita la admiración y se suele producir el seguimiento de los mejores. Cuando esto no es así, el "hombre-masa", que nada tiene que ver con los trabajadores que reclaman sus derechos laborables, se impone, el desarrollo social se estanca, deviene la crisis y la ausencia de liderazgos.

Con las debidas reservas, podemos asegurar que los últimos veinte años hemos padecido en España una "rebelión de las masas", al modo orteguiano. Hemos carecido de auténticos líderes, personas preparadas, sobresalientes, con categoría intelectual, que fueran dignos de seguimiento, por sus valores personales o políticos. Apenas, personajes pagados de sí mismos, acomplejados y taimados, como Aznar, otros, como Zapatero, carecieron de solidez intelectual y de principios, y algún otro, como el presidente Rajoy, no pasa de la mediocridad, la incompetencia y el servilismo. En definitiva, un auténtico desastre que ha llevado a la ciudadanía de nuestro país a una desafección enorme por la clase política que dirigió nuestros destinos las dos últimas décadas. Durante este tiempo, las clases más formadas, los intelectuales, no se comprometieron con la sociedad; su dejación contribuyó a una progresiva desmoralización de las clases medias y a un abandono de los sectores más desfavorecidos de la población. Se miró hacia otro lado y se dejó que la política se convirtiera en profesión para muchos sinvergüenzas. Los dos grandes partidos espantaron a los mejores, nos hicieron creer que ellos se ocupaban con profesionalidad de la gestión pública. Ya saben con qué resultados. Si repasan o recuerdan el debate de Rajoy y Sánchez, en él tienen el retablo de todas las miserias de estas tramposas y falsas élites: corrupción, desigualdad, inmoralidad y falta de educación. Fuimos confiados, ingenuos y temerarios. Debimos ser más escépticos, como aquel maestro, para impedir que el lobo durmiera en la misma cama con el cordero.

Otra generación de personas más preparadas, más responsables y más decentes está llamada a protagonizar el futuro de nuestro país. El 20 de diciembre estamos convocados para cambiar el rumbo de esta nave. Nos jugamos una vida buena, para nosotros y para nuestros hijos.