Son de esas noticias que nunca esperas recibir pero que siempre sabes que llegarán. Es como cuando tienes a ciertas personas tan interiorizadas y tan encajadas en un paisaje, en un pueblo, en un ambiente, que te parece que van a formar parte de él para siempre. Qué cosas.

"Ha muerto don José". Así, con cuatro palabras, como si fuera un silbato, vienen corriendo y se amontonan cientos de recuerdos, atropellándose unos a otros, los ajenos y los propios. Y de repente ya no estás aquí sino en Muga, en los pasillos del colegio, en el paseo o en la residencia, con el corazón algo encogido.

Se quedan secas las palabras y corto el agradecimiento, muy corto don José. Han sido tantas las cosas buenas que ha hecho por tanta gente que una no sabe por dónde empezar.

"Una forma de vida tranquila y austera fue lo que me trajo a Sayago", decía. Eso sí, cuánta guerra dimos y qué poco tranquilos le hicimos los días (y las noches). Se volcó en la educación de los más jóvenes, hace ya décadas y eso, se nota. Varias generaciones que han pasado por eso que un hombre humilde construyó con sus propias manos y de lo que, seguro, nunca ha llegado a ser consciente. Nosotros sí, don José, nosotros sí.

Hoy cada uno perdemos un trocito de nosotros mismos, y duele, pero a la vez reconforta porque se lo lleva usted. Se queda con una parte de estos corazones que, por supuesto, se ganó con la humildad más pura, con generosidad y con carácter -que también gastaba un rato-, uno a uno.

Acepte hoy, por favor, un gracias infinito de los miles de alumnos -y personas- que educó. Qué grande nuestro agradecimiento y qué pequeño parece a su lado. Qué triste este "hasta siempre", pero con cuánto amor se va usted. No se lo imagina. Qué cosas...

Fátima Román, antigua alumna del instituto de Muga de Sayago