A todos los delitos existentes hay que añadir los delitos de odio. Así. Específicos. Delitos de odio. Parece imposible que pueda haber personas que se dediquen al fomento del odio y que lleguen a ser capaces de cometer un delito con el odio como "leitmotiv". Porque no piensas y no sientes igual, porque me caes mal, porque no te puedo ni ver, porque eres negro, homosexual, del Madrid o del Barça, musulmán, judío, negro, blanco, lesbiana, pobre de solemnidad, rico, universitario o analfabeto. Si se quiere odiar se odia sin necesidad de argumento alguno. Y si se quiere cometer un delito en función del odio, se comete. Tan culpable es el que lo comete como el que incita. Y la Justicia tiene que empezar a emplearse a fondo con todos aquellos y aquellas que incitan al odio utilizando la vía que sea.

La tipología dice que los más habituales son los racistas y xenófobos, pero tampoco se echa atrás con todos los demás que están a la orden del día, que forman parte de la página de sucesos. La cifra que da el Movimiento contra la Intolerancia no es para tomársela a broma. Cuatro mil agresiones o delitos de odio se producen cada año en España. Me parece una barbaridad que hay que combatir con la ley en la mano pero también socialmente. Hay que aislar a los violentos, a los que practican el odio, hay que ponerlos fuera de juego y hay que dar a conocer sus identidades con pelos y señales. La ley de protección de datos debe proteger a la gente normal no a los victimarios.

Parece ser que el número de agresiones es muy superior a esa cifra, solo que si no se denuncian no existen ni para el Ministerio del Interior, ni para la Unión Europea que se muestra preocupada y anima a ejercer la denuncia. Lo que sea para acabar con esta lacra que se universaliza y crece como si de un desgraciado estigma que ciertos colectivos llevaran en la frente. Es doloroso el aumento de los delitos de aporofobia, es decir, los que se ejercen contra personas sin recursos y más concretamente con los sin techo, con aquellos que se ven obligados a dormir a la intemperie, en un banco, en un portal, en un cajero automático o en una cabina de teléfono. Lo incomprensible es que los servicios sociales no tengan previstas ciertas situaciones.

Es verdad que hay "sin techo" que no se dejan ayudar, que hasta tal punto han perdido la dignidad y la identidad que les da igual vivir bajo un puente que entre contenedores de basura. Lo que no les da igual es ser víctimas del odio de unos pocos. Ochenta y ocho personas han muerto, víctimas del odio, desde 1999. Así lo recoge el proyecto "Crímenes de odio: memoria de 25 años de olvido", que deja muy mal parada a España. Es la cifra oficial, posiblemente haya otra que se acerque más a la realidad que incluso multiplique por dos el número de víctimas. Urge una ley que ayude a las víctimas, que las proteja y que actúe duramente contra el que incita y señala y contra el que ejecuta.