Feliz día de la Constitución. Supongo que será la última celebración anual. Al menos en referencia al texto de 1978. La reforma está al caer y será tan profunda que no la va a reconocer ni la madre que la parió por decirlo en términos del peronismo español, vulgo socialismo.

Ocurra lo que ocurra el próximo día 20 la frontera inmediata, en todas las combinaciones imaginables, es la reforma de la Constitución en un sentido tan profundo y amplio que lo único lógico será hablar de una nueva Constitución, aunque en el piélago de disimulos en que nos movemos no se reconocerá como tal.

El pasado mes de agosto Rajoy y Felipe González hablaron de la reforma de la Constitución. La anunciaron. Todo el mundo está por la labor. Y todo el mundo evita entrar en detalles salvo las consabidas referencias al Senado y otros tinglados perfectamente inútiles que en todo caso no justifican meterse en tal harina.

No, de lo que se trata es de hacer una nueva Constitución que permita la independencia de Cataluña. La vía del golpe de Estado que hasta ahora han tanteado no es verosímil. Hace falta ir de la ley a la ley según la doctrina Fernández Miranda que últimamente cito cada poco. Una operación de calado y, a partir de ahí, Cataluña, País Vasco, Navarra, Baleares, Canarias, Galicia y lo que te rondaré morena podrán irse con todas las bendiciones y directamente al seno europeo donde serán recibidas amorosamente. Ojo, que al resto a lo mejor encima nos echan.

Esa es la gran y única cuestión para el 20D. Y sin alternativa.