Al hombre no le preocupan los 40 grados que llegan a alcanzarse en la tienda donde vive. Tampoco la tormenta de arena que impide ver más allá de una decena de metros. Ni la falta de agua potable. Ni la escasez de alimentos. Ni la hostilidad del entorno. Ni la apatía de las autoridades. Ni, tan siquiera, saberse vigilado a todas horas por tanquetas policiales.

Lo que teme es el invierno, a la vuelta de la esquina. En las últimas semanas, los vendavales se fueron acumulando al otro lado de los montes y allí esperan, agazapados, en tanto llegan las ventiscas. Ya han comenzado a acercarse al campamento las primeras avanzadillas en forma de heladas. Con el paso de los días, el cielo adquirió un tono sombrío y, en cualquier momento, dejará sentir su aliento mortal con la plenitud de la que solo la naturaleza es capaz.

Está obsesionado. Las temperaturas suelen descender varios grados bajo cero en este lugar desértico al que llegó huyendo de la miseria y, desde que conociera el dato, no piensa otra cosa que no sea defender a los suyos de los gélidos zarpazos. Hace más de un año, abandonó Siria.

Todo comenzó la noche en que pájaros metálicos sobrevolaron su aldea escupiendo fuego. Nadie supo su procedencia ni el porqué de la locura, pero no importa. Lo que realmente cuenta es que aquel pequeño asentamiento situado al norte del país, muy cerca de Alepo, quedó arrasado.

El rostro denota cansancio. Han sido miles de kilómetros salvando fronteras hostiles y, ahora, solo pretende sobrevivir en tanto llega el momento propicio para burlar la guardia fronteriza.

Su historia es una entre las más de dos millones de sirios que, en el último año, se han visto obligados a salir del país. Un drama que no todos entienden?

Año dos mil quince. Octubre, día catorce. Comunidad valenciana. Desayuno informativo. El invitado, un personaje ilustre. Organiza el acto Fórum Europa-Tribuna Mediterránea:

"(?) Esta invasión de refugiados sirios, afganos, armenios, kurdos? Esta invasión de emigrantes?, ¿es todo trigo limpio o viene con mucha mezcla? (?)".

Habla don Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia. Han pasado varios meses y aún retumban en mis oídos las palabras del cardenal.

"(?) ¿Vienen solamente porque son perseguidos?... Muy pocos vienen perseguidos, muy pocos? No dejemos pasar todo? conviene ser lúcidos y ver quién está detrás de todo esto?".

Hace una pausa y sonríe. Carraspea con delicadeza. El aspecto del prelado es envidiable. La dicción, perfecta. El tono, cálido, distinguido, reposado, y es que en el discurso de la intransigencia, a veces, las formas son exquisitas?

Tiene usted derecho a la duda, señor obispo. Quizás esta migración de proporciones bíblicas a la que estamos asistiendo obedezca a intereses inconfesables y el hambre y la guerra no sean más que pretextos para llegar a Europa, pero permítame, en justa correspondencia y con el debido respeto, hacerle la misma pregunta? "¿Es usted trigo limpio o viene con mucha mezcla??".

Sí, porque no todo es trigo limpio a su alrededor, monseñor. El exceso de celo, y perdón por el eufemismo, en las sacristías, la manipulación de la doctrina o las traiciones que alcanzan al entorno más inmediato del santo padre, hacen razonable la duda. Al fin y al cabo, la mala hierba no sabe de confesiones.

Esta invasión de refugiados, como usted la califica, busca un derecho que no se expide ni en mezquitas ni en catedrales. No sabe de fronteras. Es universal y eterno. Su nombre, dignidad.

Primero el hombre, monseñor. Después los credos e ideologías.