Pues sí, bueno es ponerle fecha al tiempo, que se nos va demasiado aprisa. Los números, las fechas, nos dan la impresión como si pudiéramos atraparlo, detenerlo. Ahí, a la vista, la finalización de un nuevo año y la inauguración de otro a la vez. Pero antes la Navidad, y un poco más hacia nosotros, el Adviento. En esto de preparar la Navidad, de avanzar las fechas, que eso es el Adviento, nos lleva la delantera el mundo del comercio. El comercio se las industria para vender, coloca sus productos mucho antes que el creyente haya escuchado el pistoletazo de salida que marca el camino, la carrera, hacia la Navidad. Las grandes superficies llevan tiempo ofreciendo sus artículos, desde los indispensables turrones a las flores de Pascua, toda una amplísima gama de regalos y participaciones de lotería. Hasta nos ofrecen multitud de Papás Noel por si alguno tiene reservas ante esa Historia, para nosotros con mayúscula, que viene escrita en los Evangelios. Fuerza nos es ahora quemar etapas. Estas cuatro semanas de diciembre no tendrían sentido sin la visita anunciada de la Navidad.

Miro hacia atrás y este es el artículo, a modo de comentario el de hoy, que marca el número seiscientos sesenta y cinco desde que un día y a instancias del periodista Jesús Hernández me decidiera a escribir el artículo "Los que están en la procesión". Era por entonces la Semana Santa de 1992. Una buena parte de esos artículos se convirtieron en comentarios dominicales a petición expresa del obispo don Juan María Uriarte. Compaginé así las páginas de "Opinión" con esta otra de "Religión". Cuando a la finalización del año se nos pregunta por el reenganche y la continuación, el sí o el no de la "renovación de contrato", pues quien esto escribe cede el testigo. Muchos son ahora los que se prestan a la labor, ya no hay esos miedos de antes ante la palabra escrita y justo es que den un paso al frente.

Pues a la hora de dar fin a este cometido bueno es evitar un mal cierre y eso cabe hacerse acogiéndose a quien antes haya pasado por esta misma experiencia de finalizar un libro, un escrito, unos artículos. Yo recurro a las cartas de don Albino Luciani escritas cuatro años antes de su nombramiento como papa con el nombre de Juan Pablo I y dirigidas a los más dispares personajes de la historia. Esas cartas llevan el título de "Ilustrísimos señores". La última va dirigida a Jesús y dice que la escribe temblando: "Nunca me he sentido tan descontento al escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas que podían decirse de ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor. Solo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo sino que muchos amen e imiten a Cristo. Y, afortunadamente, a pesar de todo, esto sigue ocurriendo también hoy".