La edición de "Mi lucha" ("Mein Kampf") de Hitler en Alemania a comienzos del año próximo acaba con la imposibilidad de publicar allí en los últimos setenta años, los mismos transcurridos desde la muerte de quien lo escribió, la síntesis del desvarío nazi. El texto volverá a circular después de que en menos de un mes deje de estar sujeto a los derechos de autor y pase a ser de dominio público. Los derechos de un libro del que llegaron a imprimirse doce millones de ejemplares en el tiempo en que era el centro ideológico y simbólico del régimen convirtieron a Hitler en millonario. Como en cualquier totalitarismo, había un aprovechamiento de la posición en el más estricto beneficio personal, que en el caso de quien desató los acontecimientos que quebraron al mundo no se limitaba a imponer la obligación de que su libro fuera obsequio obligado en todas las ceremonias y se extendía también a los derechos de imagen que generaban las fotos de su persona, inevitables por ley en lugares públicos y privados, que captaba Heinrich Hoffman, su fotógrafo de cámara y el hombre que le presentó a Eva Braun.

A la muerte de Hitler, los derechos de autor de "Mein Kampf", como el resto de su patrimonio, pasaron por embargo a ser propiedad del land de Baviera, que desde esa titularidad, y desde la compleja relación que Alemania mantiene con su pasado reciente, ha impedido hasta ahora cualquier nueva edición de la obra para evitar que vuelva a circular entre potenciales admiradores y sirva de incentivo a los neonazis.

"Mi lucha", escrito en la cárcel, es una mezcla de autobiografía complaciente, exacerbación de un antisemitismo con amplia aceptación social, esencialismo de vieja raíz romántica y deriva extrema de la eugenesia, una pseudociencia muy en boga en el primer cuarto del siglo pasado, que en Alemania llegó a convertirse en doctrina de Estado. Con la prosa pésima propia de quien prefiere vociferar su mensaje antes que volcarlo en el papel, el libro de Hitler, en dos tomos publicados con tres años de por medio, prefiguraba lo que vendría después, pese a lo cual nada hacía sospechar que su declarado propósito programático de depurar a los judíos terminara en la industrialización de la muerte que fue la solución final.

La nueva edición, que ya está en imprenta, se acompaña del trabajo de cinco historiadores que ayudan a contextualizar la obra y a desmontar sus falsas verdades. Es una forma de atar con los hilos del saber a los demonios de la sinrazón vesánica. El director de esa edición crítica afirma que su propósito fue "sitiar" lo escrito por Hitler. Para ello, el libro que edita el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich, y que en enero llegará a las librerías al precio de 59 euros, encara el texto de "Mein Kampf", con la paginación original, con los comentarios de los especialistas que trituran el discurso hitleriano y lo ponen en el contexto de su tiempo hasta transformarlo en documento y fuente de la historia. Con ello se busca una edición de referencia que se anticipe a las que ahora salgan una vez liberados los derechos de autor, para que ningún lector incauto ignore lo que tiene entre manos.

Al margen de ese proceso de higienización que desactivaría el potencial maléfico del texto ¿puede todavía hoy un libro ser una amenaza como parecen temer quienes hasta ahora han bloqueado su publicación? Sin duda, no. "Mi lucha" está al alcance de quien quiera comprarlo en cualquier lugar del mundo, ya sean ediciones actuales o ejemplares de su tiempo de gloria que, con frecuencia, se encuentran en las librerías de viejo. Además es accesible en Internet, ese medio en el que todos los radicalismos encuentran hueco. En la época de la reproducción ilimitada y sin licencia el intento de impedir la difusión de una obra es una invitación a la piratería siempre dispuesta a cubrir cualquier carencia.

Más allá de esas estrictas circunstancias materiales que hacen inútil el empeño en evitar que un libro circule hay otras que tienen más que ver con el acto de leer. El efecto nocivo de ciertos textos, incluso aquellos sobre los que se fundamentan las religiones del libro, no es tanto el que se deriva de su lectura directa como el de la difusión catequética y chillona que de ellos hacen sus profetas. La lectura impone una asimilación pausada y silenciosa, predispone menos a la acción que la arenga incontestable y colérica. Quienes están dispuestos a cualquier acto bárbaro, sea en la cámara de gas de un campo de exterminio o en un bulevar de París, lo hacen con una borrachera ideológica a la que solo en contadas ocasiones se llega por leer en exceso. Dicho esto sin alimentar esa cándida idea pseudoilustrada de que no hay lectura mala ni libro que no merezca lectores.