Setenta mil yihadistas, según los cálculos más generosos, han declarado la guerra a toda la vieja Europa y la joven Norteamérica, ni más ni menos, y, aunque no lo parezca, bien pudieran estar ganándola. Dicho así, parece una exageración, un ataque de pesimismo, de derrotismo, o incluso una falta de fe en el poder de la cultura occidental frente a lo que, se mire como se mire, no deja de ser una banda, sobre todo si comparamos la cuantía de sus integrantes con la población total de los países a los que han declarado su yihad, aunque, como todas las bandas, cuente con quienes les apoyen directamente y con una masa importante de población que contemple la barbarie mirando hacia otro lado, o sencillamente tiemblen por el miedo.

Hace un tiempo, en este mismo espacio, reflexionaba sobre los complejos de la civilización europea frente al movimiento islámico más radical. Ya por entonces habían caído las Torres Gemelas y había habido algún que otro atentado yihadista en territorio europeo, pero los recientes atentados de París, después del tan impactante a la revista Charlie Hebdo, parecen, pero solo lo parecen, haber colmado la paciencia conciliadora francesa, desde luego, y del resto de los amenazados, con matices. Y son estos matices los que están haciendo que el yihadismo esté ganando la batalla. Bashar al-Asad pasa de ser un genocida a ser un aliado necesario, Francia bombardea posiciones de los terroristas, Rusia bombardea no se sabe muy bien a quién, Turquía derriba un caza ruso, y los demás países, el nuestro también, dicen que a lo que haga falta, siempre que no haga falta poner muertos de los nuestros encima de la mesa. Y así, claro, difícil resulta combatir a quienes tienen como premisa el importarles lo más mínimo morir. Pero no es solo que a bombazos sea imposible acabar con unidades que funcionan más cerca de las partidas guerrilleras que de un ejército uniformado, ni siquiera que los países amenazados no estén dispuestos a sumarse a Francia en el combate, la cuestión es que ni los gobiernos ni los gobernados estamos dispuestos a arremangarnos y renunciar a las comodidades de nuestra vida para acabar con esta banda. Solo desde esta perspectiva puede entenderse que cuando Europa y EE UU tienen como enemigo en común un puñado de bandidos no sean capaces de adoptar las medidas necesarias para acabar con ellos, por ejemplo, bloqueo total de sus cuentas bancarias, fin de la venta de armamento, supresión de cualquier tipo de apoyo económico a quienes les acojan o cooperen con ellos, fin de la adquisición de cualquier producto que proceda del llamado estado islámico o de quienes no estén dispuestos a adoptar estas medidas. Si esto se hiciese, la subsistencia de estos grupos terroristas se me antoja difícil. Y ni una bomba. Claro que el inconveniente estará en las restricciones que habremos de sufrir en petróleo y gas, la merma en las arcas dinerarias de los Estados que venden a los uno y los otros, la pérdida de la opacidad en las cuentas bancarias de los paraísos fiscales, muchos de ellos no tan lejanos; en definitiva, la disminución, aunque pueda ser transitoria, de unas comodidades que nos parecen irrenunciables, y así, al final nos volcamos en colgar en las redes sociales "Je suis Charlie Hebdo", ponemos nuestro perfil con la torre Eiffel lagrimosa, o los tamizamos con los colores de la bandera francesa y, por supuesto, cantamos "La Marsellesa". Y mientras escribo esto un explosivo salta en el metro de Estambul. Pero, eso sí, que no se reduzca un ápice el depósito de nuestros coches, cocinas y calderas, que estamos en invierno. De esta menera, difícil será vencer a quienes tienen la muerte y el terror por bandera y, además, ponen al descubierto que la unidad de Europa no deja de ser un cuento que ni siquiera se creen los que lo están escribiendo.

Luis M. Esteban Martín (Zamora)