L a dulce idea de irse a Marte, ahora que resulta que hay agua. Acabaremos allí, no es más que una cuestión de tiempo, haciendo escala en la Luna. Lo dice Stephen Hawking, creo: solo sobreviviremos colonizando otros planetas. Aquí empezamos a ser demasiados para los recursos naturales que malgastamos de forma concienzuda. Hacer las maletas, pues, ponernos el traje de astronauta y entrar a dar un beso a papá y mamá, que siguen en la cama, y a los que hemos hecho creer que volveremos en Nochebuena, para discutir durante la cena sobre la independencia de Cataluña. Tomar el metro para acudir a la estación espacial despidiéndonos mentalmente de todos esos viajeros con los que llevamos años coincidiendo a las mismas horas y en posturas idénticas. Adiós, adiós, queridos, nos marchamos a colonizar Marte como el que decide irse a vivir a Cuenca, solo que de Cuenca te puedes arrepentir. De Marte, no. Las autoridades solo nos facilitan el viaje de ida. Hay en el vagón otras seis u ocho personas con traje de astronauta, colonizadoras también, de las que la mitad son mujeres. Quizá una de ellas, andando el tiempo, se convierta en tu pareja marciana. Tal vez tengáis hijos marcianos, aunque para tener hijos marcianos, dirán algunos, tampoco es necesario irse tan lejos.

La estación espacial, a las alturas de las que hablamos, no es muy diferente de una estación de autobuses. Digamos que se trata de una estación espacial costumbrista, con olor a calamares fritos, desde la que despegas en dirección a la Luna. El trasbordo se debe a cuestiones operativas. Llegar desde la Tierra a Marte es más costoso que hacerlo desde la Luna, debido a la ausencia de gravedad del satélite. La estación de la Luna es menos cutre que la de la Tierra, pero no demasiado. Mientras pasas de una nave a otra te preguntas si, transcurrido el tiempo, te sentirás marciano como otros se sienten catalanes, españoles, norteamericanos o finlandeses. Incluso si diseñarás una bandera de Marte que colgarás del balcón de tu casa. La pregunta te hace gracia porque allá abajo, en esa bola azul de la que ahora te alejas, fuiste siempre un marciano sin bandera. Qué fallo patriótico, el de la bandera.