Y abnegada. Podría seguir poniendo adjetivos a la labor de la Guardia Civil que, una vez más ¿y van??, ha dado muestras de su eficacia y de su eficiencia. Gracias a su tesón y esfuerzo, el asesino de Eva Blanco, aquella joven de 17 años que fue literalmente cosida a puñaladas el 20 de abril de 1997 en la madrileña localidad de Algete, ha sido detenido y puesto a buen recaudo. El asesinato de Eva parecía irresoluble, olvidado, arrinconado en un archivo, pero no. La Guardia Civil no se rinde nunca. En silencio, de forma paciente y concienzuda, fue atando cabos, tirando del hilo de un enmarañado ovillo y, 18 años después, ha capturado a un español de origen marroquí que se creía a salvo en Francia, sin sospechar siquiera que los agentes estaban sobre su pista.

A la Guardia Civil, individual y colectivamente, tienen que lloverle los reconocimientos. No es para menos. Realizan un trabajo ímprobo. Y este último éxito que se han apuntado hace pocos días sigue siendo comentario unánime de la sociedad española. Los delincuentes no están a salvo. Los hombres y mujeres de la Benemérita, podrán tardar, pero acaban dando con ellos. Lo que es incomprensible, lo que no se puede permitir, lo que el Código Penal tiene que corregir de inmediato es la prescripción de ciertos delitos, sobre todo los de sangre y los de terrorismo.

Para que el crimen de Eva prescribiera faltaban dos años, o eso se ha dicho y reiterado. No sería de recibo encontrar al asesino al cabo de esos dos años y que no se hubiera podido hacer nada, que el facineroso se hubiera salvado de un castigo que debe ser lo suficientemente duro, lo suficientemente contundente y ejemplar para que semejante ralea sepa de una vez por todas que el que la hace la paga. No se puede permitir que la responsabilidad criminal se extinga por el motivo que sea.

Si no es por la Guardia Civil el asesino hubiera seguido su vida en Francia como si nunca hubiera roto un plato, cuando en realidad rompió la vida que comenzaba de una cría preciosa, encantadora, de rostro angelical a la que violentó y dejó el cuerpo convertido en un colador. A mí no me parece, en honor a tantas víctimas, que el perdón penal que desemboca en la libertad del reo asesino sea un acto de generosidad. No puede haber generosidad para quien no la tuvo con una niña de 17 años, con un agente del orden al que le colocaron una bomba en los bajos del automóvil o con un ciudadano al que tuvieron secuestrado durante más de un año.

No se puede premiar al delincuente como viene reclamando un sector de la sociedad que debe sentirse culpable de no se sabe bien qué. Sobre todo a los que actúan con posterioridad desde el escarnio, como en el caso de Marta del Castillo, o huyen traspasando fronteras y quién sabe si haciéndose pasar por ciudadanos de bien cuando en realidad son seres abyectos que han pasado por la vida de tropelía en tropelía. Los crímenes, los asesinatos, los secuestros no pueden ni deben prescribir nunca, así que pasen cien años. Al cabo de 18, el de Eva Blanco se ha resuelto, pero, ¡ay si no fuera por la Guardia Civil!