En política, como en la vida misma, los gestos importan, y mucho. Por encima del carácter efímero que nos pueda parecer, comportan respuestas en los demás que rara vez pasan desapercibidas. En las últimas semanas asistimos, además, a una verdadera eclosión en la que pareciera que las formas son el propio mensaje y no un simple adorno. Ejemplos los hay a pares, hasta el punto de que la comunicación gestual supera en ocasiones al propio discurso, tratando de minimizar el valor de la palabra, porque lo profundo ya no es el contenido sino el envoltorio en el que lo presentamos.

No hace tanto escuché a un ministro decir que "en política hay que hablar poco, y si hablas, mejor que no te entiendan", y algo así debe ocurrir a poco que uno repase las principales noticias de la semana. Ahí tienen si no la sinrazón de Artur Mas y su proceso secesionista, evocando lo irracional y contraviniendo impunemente la ley que, como representante del Estado en Cataluña, debería cumplir de forma escrupulosa. A veces, también sucede que la acción tan abyecta como la zancadilla televisada de una reportera húngara a un refugiado sirio acaba siendo para este y su familia el principio de una nueva y mejor vida. Es, si lo pensamos fríamente, el contrasentido habitual entre la causa y el efecto, entre el origen y la consecuencia final.

Pero, insisto, los gestos van camino de ser lo esencial, lo trascendental y en cualquier ámbito que analicemos. Rajoy, por ejemplo, ha descubierto la fuerza comunicativa de tapear en las tabernas de Madrid para trasladar un mensaje de cercanía al ciudadano y, de paso, clamar contra quienes lo acusan de vivir aislado entre las paredes de La Moncloa. Un gesto sencillo, elocuente y terrenal. Leo también que los alcaldes de Valladolid y de León han acordado intercambiar sendas visitas para zanjar, dicen, la confrontación del pasado: "Es un gesto importantísimo de cara al funcionamiento de la región", sostienen. Ya lo ven, basta con apelar a un simple gesto protocolario para que, supuestamente, todo vuelva a discurrir por la senda del entendimiento y el diálogo. Así que no lo duden, vivimos en una nueva época donde los gestos y los símbolos son el auténtico mensaje, lo vital para lograr nuestros propósitos. Ahí tienen ese retratado gesto de rabia de Pau Gasol ante la selección de baloncesto de Francia para coser más a Cataluña al resto de España y viceversa. Lo demás, cualquier otro esfuerzo, es una pérdida de tiempo y una memez. Así que, si ha llegado al final de estas líneas, tenga el buen gusto de quedarse solo con lo superfluo. Sería, créame, todo gesto por su parte.