Viví con mucha atención los primeros años tras mi llegada a la ciudad. Venía de la vida y de la sociedad rurales con quince años de trayectoria como maestro, y el salto a una sociedad más variada y compleja me obligó a una rápida adaptación, lo que me llevó a cometer algunos errores por la prisa.

Llegué al instituto Claudio Moyano en septiempre de 1962, ya se ha cumplido de ello medio siglo. A lo largo de esos años he visto nacer el Desarrollo Comunitario en San José Obrero, he dado clases nocturnas varios años en el edificio de la Josa con dos asignaturas como base: Historia de España Contemporánea y, como complemento, el texto de Ramón Tamames.

He visto crecer el arrabal de san Lázaro, siguiendo la N-630 como vía de expansión urbana, fenómeno continuado permanentemente en todas las zonas de la ciudad como única regla.

En las elecciones municipales de finales de los 70 esa parte de San Lázaro con personalidad propia, en la que tuvieron enorme influencia los tres sacerdotes que atendían la parroquia, se presentó en la Josa un candidato al tercio familiar, que contaba en total con nueve aspirantes.

Se instalaron 26 mesas para el desarrollo electoral. Cuatro de ellas en el colegio Juan XXIII, en las que únicamente se votó a su candidato, que el alcalde, en un gesto de atención, designó como primer teniente de alcalde alegando que era el que había obtenido mayoría, pero no era cierto. El Desarrollo Comunitario seguía vivo y se asentaba. En el año 79 se celebró un pleno donde se planteó el nombre de la calle Cañaveral, tras una discusión tras proponer el nombre como homenaje a la Revolución cubana. Se levantó la iglesia parroquial de San José, a la que se le permitió añadir el apellido Obrero. Sobre sus cimientos descansan las piedras platerescas de la Fundación Sotelo o Gota de leche, piedras que fueron preparadas para la portada de la nueva iglesia. Descansen en paz tan nobles piedras, pero sin apellido.