Parece que la necesidad del cambio -político, social, económico- no es solo cosa de España o de Grecia sino que se va extendiendo por Europa, incluso dentro de los viejos y caducos partidos. Ya no es solo que surgen movimientos radicales populistas, como Podemos o Syriza, sino que los partidos tradicionales que ya ven las orejas al lobo han empezado a acercarse a posicionamientos menos cautos y ambiguos, como ya ocurriera, un mal recuerdo, en nuestro país con el radical gobierno socialista de Zapatero. Ahora, en Inglaterra, y aunque sea desde la oposición laborista, pasa lo mismo con el nuevo líder de la izquierda, Jeremy Corbyn, de 66 años, que no deja de ser tan polémico como discutido.

Desmedido y fuera de los caminos al uso, pregona Corbyn planteamientos más cercanos a Pablo Iglesias que a Pedro Sánchez, para entendernos, o sea que es más afín a una política extrema, populista y sin apenas concesiones que a la tibia socialdemocracia del expremier Tony Blair, a cuyo sector acaba de derrotar contundentemente contra todos los pronósticos iniciales, para temor de Cameron y su Gobierno, que comprenden el riesgo que pueden suponer sus históricos oponentes laboristas, que propugnan ahora una idea, la del cambio total, que amenaza las cómodas políticas centradas y neoliberales a las que se aferran las derechas de toda la vida. De hecho, ya los conservadores han iniciado una campaña de desprestigio contra quien será su rival en las próximas citas electorales, a la que hay que sumar la oposición interna proveniente de su mismo partido: de las facciones menos ideológicas y más pragmáticas.

Y si en España los del PP ni siquiera han esperado los 100 días de margen de confianza a los nuevos gobernantes municipales de izquierdas coaligadas, en Inglaterra a Corbyn aún le han dado un plazo menor. Claro que allí se aferran a hechos, y no como aquí, en España, donde pueden escucharse o leerse peripatéticas acusaciones de descarados vividores de la mamandurria que exigen en meses lo que ellos no hicieron en años, y que lo único que revelan verdaderamente es el encono de los perdedores, su falta de señorío, su estar dispuestos al todo vale para conseguir votos que les devuelvan el poder, porque ni siquiera se han enterado del intenso deseo de cambio que muestra la mayor parte de la sociedad, que no admite tanta incompetencia y corrupción. Y el hecho, por lo que a los ingleses respecta, ha sido la insólita actitud del líder laborista en un acto institucional, principal motivo de los palos que le caen encima.

El caso es que Corbyn, como leal jefe de la oposición, asistió al evento que conmemoraba el triunfo en la llamada batalla de Inglaterra, decisiva para la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial, y cuando llegó la hora de cantar el himno nacional de su país, no abrió la boca. No es monárquico y actuó en conciencia, ha explicado, pero como da la casualidad de que, según las encuestas, el 80% de los británicos quiere a su reina, puede que, en efecto, como se señala desde el ámbito conservador, haya perdido ya el líder izquierdista toda posibilidad de llegar a ser algún día el habitante de Downing Street, 10, aunque, claro, se trate de una apreciación interesada. Ya se irá viendo sobre la marcha.