Tras una larga enfermedad, quedan algunas cosas buenas, cosas malas y cosas muy malas. Tras una larga enfermedad ahora me pregunto dónde quedó la humanidad de algunas personas.

Atrás quedan personas maravillosas, las que no lo son tanto y aquellas con las que desearías no haberte tropezado nunca. Ilusiones que se esfuman, que un día eran el pilar clave para luchar y seguir adelante; ver cómo esa persona valiente, esa persona que se convierte en tu ejemplo, se deja las uñas, los dientes, por sobrevivir un día más y poquito a poco, en silencio, sus fuerzas van mermando, su sufrimiento aumentando. Después de creo que nueve intervenciones, si no me olvido alguna, 130 sesiones de quimioterapia, dos reservorios, uno de ellos casi lo lleva a la tumba, y 11 de radioterapia, ya se había convertido en un experto en la materia. Había pasado por las manos de cirujanos estupendos, la mayoría, muchos sanitarios a los que les debemos mil gracias. Tras una larga enfermedad, gracias, doctora Navalón, gracias en su nombre y gracias doctora Ceballos, gracias por conseguir que siguiera agarrándose a la vida con tanta fuerza. Gracias de verdad. Gracias a toda la planta de oncología, sois maravillosos, la función que realizáis es encomiable. Pero, sí, hay "peros", nos queda aún tanto por recorrer, tanto por entender, nos queda practicar la empatía, comprender, valorar... Cuando un enfermo oncológico llega a un servicio de urgencias, es porque se encuentra, no mal, sino muy mal, necesita la misma atención que uno que no lo es. Y hay circunstancias en las que llega con informe, que no se lee, y al enfermo le toca estar nueve horas en una camilla, esperando...

Gracias doctora Yolanda (Moraleja del Vino).

Tras una larga enfermedad, y después de muchos impedimentos, llegas a ingresar en el Hospital Provincial de Zamora, en la cuarta planta, en lo que supuestamente es "paliativos". Realmente nunca lo imaginé así. En estos momentos el enfermo está prácticamente derrotado, y la familia desbordada. Todo es nuevo, sabes que ya nada será igual desde el momento en que entras. Aquí, de nuevo, hay gente excepcional, gracias doctora M.ª Ángeles y doctor Fidel, Antonio, Milagros y muchos más, (me gustaría citar más nombres, pero las circunstancias no me permitían ni memorizar), pero mira por donde, no puedo deshacerme de los malos momentos. No puedo dejar de pensar en cómo en la tarde del sábado 8 de agosto, alguna auxiliar, sí, que entre muchísimas funciones que realizan está la de poner termómetros, nos hablaba con una altivez descontrolada, como si fuésemos analfabetas y no entendiésemos los términos que ella misma utilizaba, de sobra conocidos. Con qué soberbia y desprecio ninguneaba a su esposa, la persona después de la víctima que más ha sufrido en este proceso, ocultándole información que como familiares tenemos derecho a saber, como regañaba a la gente de las habitaciones por tocar el timbre, (no entiendo para qué están los timbres entonces). Podría dar su nombre, pero como tenemos un poquito más de humanidad y humildad que ella, no lo vamos a hacer. Y como digo, enfermeras estupendas que después de acabar su turno, en un momento de urgencia se quedaron a resolverlo sin ser su paciente, gracias Sonia, y otras que huyeron, y sin vergüenza alguna preguntaron al día siguiente que cómo se había resuelto el problema. Pero bueno, qué cabe esperar de una profesional que cuando vas a anunciarle que crees que tu padre ha fallecido, sin levantar la vista de la planilla responde "uff, pues vaya" (¡pues vaya ¿qué? ¿El marrón que te ha caído en tu turno?, porque no logro entenderlo!) y ver que ni se mueve en cinco minutos, sí, qué cabe esperar de esa misma persona que justo en el momento en el que por fin el médico certifica su muerte te pregunta, "¿tiene que venir alguien a verlo u os lo lleváis?, vamos no es por nada, es que como está en una habitación individual, para prepararla y meter a otra persona". ¡Ea la delicadeza!

Gracias a todos aquellos que nos hicieron la vida un poquito más fácil. Gracias de todo corazón y en su nombre.

Para ti, que ya dejaste de sufrir, te cuento el cuento que nos contabas cada noche: "Este era un rey que tenía tres hijas, las metió en tres vasijas y las tapó con pez. ¿quieres que te lo cuente otra vez?"

Begoña Pelayo Martín

(Zamora)