Quién está más comprometido hoy con su época, el que preside un banco o el que lo atraca? Mejor aún: ¿el que escribe la biografía novelada del presidente o del atracador? La proposición peca de maniqueísmo: se puede atracar un banco al tiempo de presidirlo (entre nosotros hay varios ejemplos) y viceversa. Es un modo de decir que las cosas no son ni blancas ni negras, pues en medio están todos los matices del gris etcétera. De hecho, lo interesante desde el punto de vista de la literatura es el personaje ambiguo, turbio, enigmático, que no sabes si se ha puesto la corbata para presidir un consejo de administración o para venderte una moto. Las corbatas, curiosamente, siguen vendiendo. Las descorbatas también. Los políticos convencionales se las ponen para ir al Congreso y se las quitan para actuar en la Sexta Noche. En un sitio nos atracan y en otro nos venden la moto, ya saben ustedes dónde una cosa y dónde la otra.

El gobernador del Banco de España, Enrique Linde, va siempre con corbata porque está siempre vendiéndonos la moto. Uno juraría que su trabajo consiste en una cosa, pero esa cosa ya se la hacen Bruselas, de modo que se dedica a la otra, que es salir en el telediario leyendo un papel que le ha escrito Moragas (es un decir), donde pone que si por un azar electoral saltaran los fusibles de la política económica del Gobierno, la realidad se iría al carajo. En otras palabras: que mucho cuidado con lo que votamos. El Banco de España ha devenido así en una extensión de Moncloa (o de Génova, no sabemos dónde termina aquella y empieza esta), al modo en que Tele Madrid era una extensión del encéfalo de Esperanza Aguirre.

Significa que las extensiones están de moda. Llámenlas rastas. Queda aproximadamente un cuarto de hora para que veamos a Javier Arenas (otro decir) con rastas. Una vez aceptados los tatuajes (Cristina Cifuentes), lo demás es una cuestión de tiempo. La presidenta de la Comunidad de Madrid debe gran parte de su carrera política a los tatuajes, que aparecen en todas sus biografías. Pero lo que queríamos señalar es que ahora mismo resulta complicado distinguir a un novelista malo de uno comprometido con su tiempo. Tanto como a un banquero de un vendedor de motos.