La primera vez que me acerqué a visitar la iglesia de Santa Sabina en Roma, en cuyas puertas de entrada de madera se talló la primera representación de una crucifixión conocida, iba buscando un sepulcro, el de un personaje que tuvo mucho que ver con la Zamora medieval, fray Munio.

Estábamos preparando Florián Ferrero y yo los fascículos de Zamoranos Ilustres, por encargo de este periódico.

Zamora desde el siglo XI al XIII conoció un desarrollo espectacular. Baste decir que, teniendo unos 5.000 habitantes, contaba la ciudad con 76 templos románicos.

En ella se dieron cita personajes muy importantes; por señalar algunos, el obispo, don Suero Pérez de Velasco, que llegaría a ocupar el puesto de notario mayor en la corte de Alfonso X, el Sabio (consejero real); el zamorano fray Munio, que elegido en Bolonia maestro general de la Orden Dominica de Predicadores, sería depuesto 6 años después, por su controvertida actuación en numerosos acontecimientos, entre otros, por permitir la conducta licenciosa de los frailes dominicos con las monjas del Convento de Santa María la Real de las Dueñas de Zamora. Y también, fray Juan Gil de Zamora, uno de los máximos intelectuales y humanistas del momento, que estudió en París, fue profesor, escritor, músico, y Provincial de la Orden de los Franciscanos. Autor de una extensa bibliografía, se supone que en sus libros marianos se inspiró Alfonso X para escribir las "Cantigas a Santa María".

Esa fue época de trovadores y juglares, es decir de dos tipos de poesía, destinada generalmente para ser cantada, una culta, palaciega, ligada a la corte y otra juglaresca, más rústica, que aunque compuesta también por trovadores, estaba dedicada al pueblo.

La poesía culta se basaba en la perfección moral y social y en ella se intentaban desarrollar valores como la lealtad, la valentía, la generosidad, la educación, el trato elegante y el refinamiento.

Se defendía el amor cortés como el arte de amar la cortesía, el cual estaba subordinado al servicio de una dama, generalmente casada, considerada un ser superior, un señor feudal. (Neoplatonismo puro).

Se trataba de un amor adúltero, secreto, en el que primaban los seudónimos, y donde el enamorado pasaba por varias etapas hasta lograr la correspondencia amorosa, (aspirante tímido, suplicante, cortesano y amante). El premio por su tesón y fidelidad solía ser un beso, un pañuelo o una joya.

(La mujer a quien amo y tengo por señor/ mostrádmela Dios, si os dignáis/ si no, dadme la muerte).

Y el otro día pudimos rememorar parte de nuestra historia antigua, en un concierto de música medieval en estado puro, en el claustro de la Catedral de Zamora, en el Domo Musical, a través de la soberbia interpretación de un arpista-flautista y un violero, es decir, de unos exquisitos trovadores del siglo XXI, Norbert Rodenkirchen y Albrecht Maurer. Su título: "Contemplaciones en la música instrumental medieval".

Cuando empezó a sonar la obra de Notker Balbulus, compositor del siglo IX: "Laetatus sum", o del siglo XIII, la "Dansse roial" o el "Lai d'Aeliz" o el "Bolero antiguo", entendí de forma más exacta, el refinamiento que intentaron trasmitirnos los poetas y creadores de la época citada, todo ayudaba a esa comprensión: la ejecución limpia, magistral de ambos músicos, intensamente compenetrados, los sonidos impensables que surgían de los instrumentos, así como la intensidad emocional suscitada por la atmósfera recreada, al encontrarnos en un lugar iluminado por las velas, en un claustro teñido de azul por donde revoloteaban pájaros y en suspenso disfrutábamos de esos sonidos medievales que nos llegaban de forma tan asombrosa y mágica.

Desde aquí mi enhorabuena a los que han hecho posible este encuentro con nuestra historia. Tal vez si no la olvidamos, seremos capaces de superar los retos que el futuro nos presente, a través de la perfección moral y social, desarrollando valores como la lealtad, la valentía, la generosidad, la educación el trato elegante y el refinamiento.

¡Larga vida a los trovadores!