Hoy no me queda más remedio que declarar públicamente mi debilidad por Zamora y los zamoranos. Desde la distancia, a casi 500 kilómetros de una separación que es más física que real, no puedo por menos que comparar lo que veo a mi alrededor, aquí, en el País Vasco y en el sur de Francia, desde donde escribo estas palabras, rodeado de cuerpos de todos los colores, formas y tamaños, con mi tierra. Mirando el mar, me acuerdo del Lago de Sanabria; tumbado en la arena, recuerdo mis horas de lectura en mi refugio temporal de Coreses; si recorro las calles de San Sebastián, llegan a mi memoria los caminos de Zamora; si me pierdo por los pueblos de los alrededores, no puedo por menos que evocar y repasar mis viajes por Aliste o Sayago. En fin, soy un adicto a los recuerdos de la tierra que habito y que también sufro a lo largo del año.

La distancia también es propicia para recordar algunos de los asuntos cotidianos que tanto preocupan a los zamoranos. Por ejemplo, la pérdida de población, la caída de la natalidad, el fantasma del envejecimiento, los olvidos de las instituciones, los agravios comparativos, las promesas que no se cumplen, el déficit de infraestructuras, la debilidad de nuestro tejido productivo, las raquíticas tasas de actividad y empleo, la vigencia del caciquismo, la crisis de la agricultura, las escasas relaciones con Portugal, la descoordinación de las instituciones o las exiguas y mediocres iniciativas empresariales. El listado de nuestras calamidades es tan amplio que, en el trozo de arena que he ocupado con mis acompañantes, no tenemos espacio suficiente para resumirlas como Dios manda. El juego consiste en enumerar los problemas y, a renglón seguido, proponer una solución para el problema que cada uno hubiera identificado. El ejercicio, sin embargo, es tan complicado que ni tan siquiera hemos sido capaces de ponernos de acuerdo en lo que podría hacerse y no se hace.

Mientras que unos dicen A, otros reivindican B, C o D. El listado de posibles soluciones es tan extenso que casi da vértigo. Desde más y mejores infraestructuras e inversiones públicas, pasando por el fomento del tejido industrial, los incentivos fiscales, el apoyo a los empresarios y las relaciones con Portugal, hasta el fomento de las actividades de ocio, los atractivos turísticos, la gastronomía, la conservación, recuperación y valorización del patrimonio cultural y religioso, la puesta en valor de los productos agrícolas y ganaderos, las razas autóctonas, el ovino, la leche, el queso, el cierre del ciclo del porcino, la fusión de las cooperativas, el relevo generacional en las explotaciones agrarias y ganaderas, los pimientos, los garbanzos, los ajos, las castañas, etcétera. Como llevamos más de una hora pensando y escribiendo las recetas en la arena, en este tiempo la marea no ha dejado de crecer y el agua se ha llevado, en un abrir y cerrar de ojos, nuestras buenas intenciones. Una coincidencia o tal vez un presagio que no sabemos muy bien cómo interpretar.