El verano, ese maravilloso tiempo esperado por todos, nos acerca a las vacaciones, el mar o la montaña, los amigos, los parientes y especialmente a las fiestas populares.

Estudiar la fiesta es una bella y apasionante experiencia, nos acerca al espacio reservado a la expresión de valores y sentimientos, la celebración y sobre todo a la tradición y el pasado. El estudio de la fiesta tiene su origen en un movimiento romántico del siglo XIX, el "Folklore", palabra de origen inglés que significa el saber de los pueblos, o sea el estudio de lo que un pueblo sabe, piensa o siente, está enraizado en los movimientos nacionalistas, que parten de una mirada selectiva a los valores y sentimientos populares. En todo estudio de los pueblos y su historia vemos unos aspectos fijos, que no cambian con el paso del tiempo, una memoria colectiva de eventos y celebraciones que se repiten periódicamente, de generación en generación, que constituye el corazón de esa comunidad, sus tradiciones y sus creencias. Por otro lado, la fiesta rompe la monotonía, suspende el ritmo de la vida cotidiana, es algo esperado y ansiado, que aglutina una comunidad en torno a una celebración y sus preparativos, muestra lo mejor de sí a sus visitantes y convoca a sus hijos lejanos al retorno y el encuentro familiar. La fiesta se convierte entonces en ruptura cronológica, ocio, celebración, juego, gratuidad, fantasía, exuberancia, gastronomía, música y bailes, disfraces y muchas otras expresiones culturalmente ricas y valiosas. Para Durkhleim "la fiesta primitiva era como una efervescencia colectiva, una de las formas elementales de la vida colectiva y la expresión de una solidaridad mecánica".

Cuando estudiamos el pueblo pensamos en un grupo humano que conserva y transmite su tradición, con una sensibilidad especial por lo antiguo, esos valores y creencias que se respetan, guardan y transmiten celosamente de generación en generación y que les da identidad y presencia diferenciándolos de pueblos vecinos. Lo popular no está reñido con lo oficial, vemos cómo los dirigentes políticos o religiosos de una comunidad se ponen al servicio del pueblo y facilitan sus celebraciones, digamos, es una oportunidad de acercar y compartir espacios oficiales con costumbres populares, es un marco idóneo de integración y acercamiento.

Las grandes expresiones humanas, las celebraciones festivas, dejan una memoria grata, raíz de todas creencias, mitos y leyendas; de ahí parten los relatos, los romances, las canciones, es parte de ese inconsciente colectivo donde están también las frustraciones y fracasos, los miedos y los odios ancestrales.

Las fiestas conectan las personas entre sí, une grupos humanos diversos, es también memoria e historia, genera recuerdos comunes y esperanzas colectivas, afirma valores y sirve para exorcizar el futuro de elementos mágicos, como los rituales del fuego en la fiesta de las Hogueras de San Juan.

La depresión y la tristeza, la rutina y la cotidianidad ceden su espacio a la alegría y la exuberancia, la translocación del orden existente, a la locura y lo carnavalesco, la excitación sensorial, es tiempo de comer y beber abundantemente.

Vemos así que la fiesta es un elemento importante de la vida de una comunidad. Un pueblo que las celebra tiene capacidad de asimilar los acontecimientos y avanzar confiadamente hacia el futuro. Un grupo humano que ha perdido la fuerza de sus rituales carece de pasado, presente y futuro, ha perdido su contexto y su referencia. Celebrar requiere recuerdos comunes, esperanzas colectivas, vitalidad, integración, colectividad, participación; es época de alegría, de paz, de bienestar unido al ajetreo propio de la fiesta. Si a un pueblo le quitáramos sus celebraciones, lo acabaríamos, se consumiría en un presente sin esperanzas, perdería su identidad.

La fiesta como expresión de religiosidad popular se ha vivido estos días en la villa de Alcañices donde año tras año miles de devotos fieles de la Virgen de la Salud (de la que soy cofrade) se dan cita para venerar a la patrona de la Raya y participar en los actos religiosos y culturales, hermanados españoles y portugueses.

Desde aquí me uno a la iniciativa de los ayuntamientos de solicitar a las Cortes de Castilla y León que declaren la fiesta de Interés Turístico Regional.