El que después de no haber tenido el menor barrunto de la crisis, ni adoptado por tanto ninguna medida para prevenirla, exista todavía el FMI, es un misterio. Ni siquiera se han tomado la molestia de cambiarle el nombre y el domicilio social. La explicación, como la de casi todo, puede estar en el Evangelio, un milagro de supervivencia en sí mismo: en un lugar dice aquello de que al que más tiene más se le dará, fomentando la acumulación de capital, y en otro nos pone como ejemplo las aves del cielo, que no siembran ni recogen la cosecha. El FMI igual, un día critica la creciente brecha de desigualdad y otro pide más recortes para agrandarla. En el fondo el éxito de esos discursos contradictorios viene de que son como cualquier vecino: un día se manifiesta contra los desahucios y otro va al Juzgado para echar por falta de pago al inquilino que ocupa un pisito que ha heredado.