Solo una semana después de celebradas las elecciones municipales y autonómicas, el partido que nada ha ganado y ha perdido casi todo, el PP, da muestras de haber iniciado un proceso de descomposición interna que se agudiza cada día y que está llevando al partido todavía en el poder a una suerte de histeria colectiva que puede remover sus cimientos o que acabará quedando en nada, como en otras ocasiones con Rajoy de protagonista, un Rajoy que tanto la cúpula del PP como muchos de sus electores celebrarían que hiciese mutis por el foro tras la tan triste representación, pues saben de sobra que con él de candidato en las generales su suerte está echada, pues los resultados serán iguales o peores. Otra cosa, claro, es que el posible relevo sirviese para algo con un electorado decidido en su mayoría al cambio político.

Pero a Rajoy se le han subido a las barbas los suyos, aunque tampoco ellos reúnan mérito alguno para hacerse notar y para tomar vela en el entierro. Es el caso de Herrera, el presidente de Castilla y León, con su consejo a Rajoy de que se mire al espejo o con su petición de dimisión o cese del ministro de Industria por no haber apoyado debidamente, en su criterio, a la minería de la región. O el caso de Feijóo en Galicia, que sigue propugnándose, sutilmente o no, como delfín del presidente y su sucesor a dedo, pese a que los resultados obtenidos en su comunidad hayan dejado bastante que desear. O la peripatética Aguirre, instando a refundir el PP y ofreciéndose con escaso sentido de la dignidad y el ridículo, a gobernar el ayuntamiento de Madrid con el PSOE, con Podemos, o con quien sea, mientras alerta a elegir entre la civilización: su partido, y la barbarie y el salvajismo: los demás.

Claro que su civilización, la de la estabilidad, pasa por ese juicio abierto ahora por el juez sobre la doble contabilidad del PP. Sin olvidar que ha habido en los equipos de Aguirre, o cerca de ella, quienes están hoy día procesados por corrupción. Y un delegado del Gobierno, en Valencia, detenido el jueves por sus subordinados, acusado de lo mismo. Y también en las últimas horas, el exsecretario general del PP en Castellón, procesado por corrupción. Y el todavía alcalde de Valladolid, el polémico León de la Riva, que también ha perdido el cargo en las elecciones y que no podrá ser ni concejal pues ha sido condenado a inhabilitación por desobediencia a la justicia. Y una diputada popular pidiendo en un periódico el relevo de Rajoy. Y algunas pocas comunidades y alcaldías haciendo cábalas para tratar de mantener migajas del poder local. Suma y sigue. Si esto no es el caos, lo parece.

Se nota que en esta partida se va a jugar fuerte. Pero Rajoy sigue tranquilo, como siempre, y anuncia que los cambios en el Gobierno o en el partido serán más adelante. El gran problema del PP es que no se ven por ninguna parte los líderes carismáticos que pudieran ser decisivos, consecuencia lógica de la falta de democracia interna y la ausencia de primarias, fiando todo al dedo amigo. Incluso algunos de los nombres que se barajan para posibles relevos despiertan más recelos que los actuales. Por ejemplo, en Castilla y León, si el deprimido Herrera se retira pudiera sucederle en el cargo Valdeón.