Se pasaron la campaña electoral tratando de meter el miedo en el cuerpo a la gente. Que no abráis la puerta a desconocidos, porque os pueden llegar a comer, como el lobo a los cabritillos, les repetían insistentemente; y la gente acostumbrada a obedecer sin rechistar a quienes les habían gobernado durante tres décadas echaron el tranco a la puerta y no votaron a desconocidos como Podemos; apenas si se atrevieron unos pocos a dar su voto a Ciudadanos, y eso porque no eran del todo desconocidos, ya que se los habían cruzado fugazmente cuando pasaban sus vacaciones en la Costa Brava.

E insistían en justificar la necesidad de que los votaran a ellos, porque ya los conocían; no en vano habían conseguido en los últimos treinta años, en los que habían copado las instituciones locales, provinciales y autonómicas, demostrar la validez de la famosa cita de Groucho Marx, aquella de que "partiendo de la nada se llegan a alcanzar las más altas cotas de la miseria". La provincia -capital incluida- ocupaba el último lugar de la Comunidad de Castilla y León en cualquier clasificación macro y micro económica que se echara uno a la cara. Pero eso de tener una tasa de paro del 27% y el índice de envejecimiento más alto de España (de 273, sobre una media estatal de 112) según datos del INE, a su entender no tenía importancia, porque lo verdaderamente importante era obedecer ciegamente las consignas que llegaban desde las más altas instancias de las instituciones autonómicas.

Contaban con esa ancestral sumisión de los ciudadanos al poder omnímodo, que les había permitido dirigir los recursos comunitarios a otros lugares cuyo control no tenían garantizado. Pero, aunque tarde, la gente llegó a caer en la cuenta de lo que estaba pasando, y se cansó de ser ninguneada. Y, aunque el hecho de dar la oportunidad de gobernar a otro u otros partidos -eso sí, conocidos- no garantizara necesariamente mejores perspectivas, ya que un mero cambio no era sinónimo de que las cosas llegaran a arreglarse, al menos permitiría cierta probabilidad de éxito, y sobre todo evitaría que cayera sobre las cabezas de todos la sensación de culpabilidad por no haberlo intentado. Una ciudad y una provincia que se encuentra ocupando los últimos lugares en casi todas las clasificaciones no tiene nada que agradecer a nadie, como tampoco mucho que perder, puesto que cualquier clasificación no admite a nadie detrás del último, y por tanto quien ocupa ese lugar está seguro que su situación no es susceptible de empeorar. En eso ha reparado la gente, y así ha administrado sus votos. Vamos, que "la criada se ha vuelto respondona", que los ciudadanos han reparado en que no se puede estar más atrás del lugar que ocupa el último de la fila, no tanto por convicción política, sino porque no resulta posible ni física ni metafísicamente.