Allí donde el matiz de la libertad hace de los días un soliloquio de luz reveladora en movimiento, hondo sentir, como un cometa fugaz, llamarada dorada, pero que siempre vuelve con su incendio convertido en ceniza innominada, de un poema, desde la distante palabra, aurora breve o incienso. Allí, en este proyecto, desde la oscuridad incierta, en telúrico relámpago, llamas que al momento nos guían con cenizas o con ramas donde anidar futuros felices, pájaros soñados desde el silencio.

Allí estos poemas míos se hacen descifrables, bellos y cercanos, casi, casi más allá de la luz del cielo. Pero siempre más cerca de la tierra, suspendidos, en esa deslumbrante luz, guía pura del lucero de nosotros mismos, antorchas resplandecientes, haciéndonos volar ágiles como pájaros del tiempo. Memoria convertida en los tizones rojos, rescoldos y brasas, aún vivos, perennes de todos nuestros muertos.

La palabra es como lluvia milagrosa, que da nombre a todas las cosas, para darles vida y que a nosotros nos hace ser de la estirpe de hijos de Dios y del Verbo. La palabra intenta, pretende, presentar las credenciales de la fe y la esperanza, asomándose a la ventana del futuro vislumbrando sus huellas, sus señales. Son como hurgar desde las mansiones de la verdad para poder alcanzar las verdades celestiales. La palabra es como la lluvia, que en cada gota nos crea, nos eleva y trata de hacernos inmortales, que al mojarnos nos vivifica empapándonos de Dios.

La palabra es Pentecostés. Es el verbo solidario, en la cena crucial. Es como el badajo de la campana para poder doblar, impetuosa, en el rosario florido y sin espinas de mi alma, convirtiéndola en un cántico de sublime campanario.

Señor, te he perdido tantas veces que ahora que de nuevo te encuentro no permitas que otra vez no encienda en la oscuridad tu linterna, abandonado. Quédate señor para siempre, hasta el final que ya camino, buscando en el misterio que persigo, me abra a la eternidad mi ser y mi memoria. Aunque a veces me duela la palabra y sea testigo de tu párpado cerrado, casi herido, borrosa tu mirada por tanta lágrima desprendida en el dolor del vértigo de ese milagro esperado en la luz con que te miro, pues somos hijos de la palabra de un Dios amigo.

La palabra es el puente que une a Dios y al hombre. ¡Ojalá que su misericordia también nos lleve a todos nosotros a su presencia!