Casi nadie tiene nada asegurado. España entra desde hoy en fase de respiración contenida y noticia-bomba en dos tiempos: recuento en las urnas, primero, y cierre de los pactos en tres semanas. Hay partidos que recordarán este 24 de mayo como el día de su debacle y otros como el de su eclosión. Alguno, como el PSOE, espera salvar los muebles ahora y mejorar posiciones después con los pactos. Y a otros les bastará con saber que "siguen en la academia", o que su proyecto independentista sobrevive.

Pero todos entienden que los rasgos de la España que viene se pueden leer en estos resultados. Con dos correcciones importantes, claro: en las generales de noviembre no contará el efecto alcalde. Difícilmente los socialistas obtendrán en Vigo o en Lleida, por ejemplo, tan buenos resultados como en las municipales. Y para entonces quizás se habrá mitigado el "efecto desahogo", a saber, personas partidarias de un voto de castigo por su malestar ante recortes y corrupciones, optando ahora por partidos radicales, pero que en las generales apoyarán liderazgos con experiencia de gobierno. Pero, aun así, quedará claro que España no es la que era. La crisis y los escándalos no son gratis.

Los números de las encuestas han mareado a la población. Iñaki Gabilondo advertía el viernes que tanto sondeo crea la sensación de que las elecciones ya se han celebrado y el votante puede quedarse en casa. Los autores de esas prospecciones tomaron distancia antes de la votación advirtiendo que la situación es nueva, que los indecisos son incontrolables y que si masas de jóvenes, antes abstencionistas, van a las urnas, el resultado es imprevisible. Es decir: se confirma que, de verdad, nadie sabe nada. Por eso la política contiene la respiración.

Los movimientos de la última semana en todos los partidos fueron a la desesperada. Ciudadanos, temiendo que se consolidara la idea de que son una "marca blanca" del PP, anunció que se inclina por pactar con socialistas y Podemos. A su vez, Podemos, que se había moderado con la receta Errejón, exhibió al Pablo Iglesias más agresivo llamando "gentuza" y "ladrones" a los populares y enseñó a Monedero puño en alto en su mitin final. El PP casi le dedicó el mitin de cierre a Ciudadanos advirtiendo Mariano Rajoy que "se fijen bien al votar, no sea que votando a algunos (a Ciudadanos), estén votando al PSOE". Y así sucesivamente. Más que inquietud, se detecta ansiedad, por que unos temen que se acabe una época y otros quieren comenzar la nueva de una vez.

Pero la campaña ha servido también para captar otros perfiles de los líderes: Rajoy ha pisado más calle que nunca y estuvo muy bien -mejor que Esperanza- en el mitin final. Pedro Sánchez ha crecido como líder -así lo reconocen los periodistas que lo siguen- y con treinta mil kilómetros, se ha ganado, salvo debacle, las primarias a Moncloa. Albert Rivera ha compaginado la búsqueda de votos con la selección de personal porque tiene que consolidar su partido. Otros, con los que no se contaba, se han acreditado como interesantes cabezas de cartel: Ángel Gabilondo, la jueza Manuela Carmena y Cristina Cifuentes en Madrid, o Ada Colau en Barcelona.

Pero la nota la dio, como siempre, la incombustible Esperanza Aguirre. Indignada con Hacienda porque alguien filtró su declaración, atrevida y valiente al debatir con todos, y leñera con la saliente alcaldesa Ana Botella que hasta requirió que Aznar acudiera en su defensa. Esperanza pronunció en el mitin final esta frase sin desperdicio: "Esas candidaturas bolivarianas quieren ganar el Ayuntamiento de Madrid para, desde allí, ir a por la Moncloa". Es exactamente lo que ella pretende. Y Mariano bien lo sabe.