El otro día me llegó al "guasá" un vídeo tremendamente impactante. Se titulaba "Mensaje para reflexionar" y consistía en tres minutos de absoluto silencio y una pantalla en negro. Tres minutos que se hacían eternos y desesperantes para cualquier persona de hoy, acostumbrada a una "infoxicación" que satura los sentidos con atracones de vídeos, chistes, y canciones que nos ofrecen los medios de comunicación social, sin oferta de auténticos espacios para la reflexión. Muchas veces la propia Iglesia, siguiendo el mandato del Señor -"Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación"-, ha convertido este anuncio en homilías interminables, catequesis y clases de religión pelmazo, donde la Palabra se convierte en palabrería y pierde todo significado, aunque se exponga con los últimos powerpoints, pizarras digitales y "guasás".

Consciente de la fuerza que tienen estos medios, pero también de sus ambigüedades (el Enemigo también los usa), la Iglesia pretende hoy, Jornada de las Comunicaciones Sociales, formar las conciencias en la responsabilidad como usuarios, para que estos medios sean empleados conforme al plan de Dios. Esto no significa una "adaptación" del mensaje a las ideologías actuales, sino una necesaria adaptación al lenguaje de un hombre que parece no entender el lenguaje tradicional. Necesitamos un verdadero Pentecostés con el que la Palabra llegue a todos los hombres en palabras actuales y con los medios actuales, pero llenas de sentido. Y aquí el silencio adquiere su máxima importancia. Lo mismo que en la música los silencios dan sentido a unos sonidos que de otro modo no serían sino una concatenación de ruidos estridentes, así la ausencia de palabras, el silencio, "se convierte en parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido" (Benedicto XVI).

Mucha gente se queja: "Es que Dios no me habla". Y muchos curas: "Es que la gente no escucha". Y puede que así sea, porque Dios es un Dios de silencios y no de la verborrea de los dioses paganos. Recordemos a un Jesús que reza en silencio, o callado ante las trampas de los fariseos, las acusaciones del Sanedrín y las preguntas de Pilatos. Quizá la clave de la nueva evangelización no esté tanto en los nuevos medios de comunicación como en una educación para el silencio como ámbito necesario de apertura a la Palabra de Dios. Quizá habría que establecer una Jornada del Silencio en la que, haciendo caso de la sabiduría popular, que ha sabido ver la importancia del silencio, recordar a algunos cristianos que "en boca cerrada no entran moscas", y que, "si lo que vas a decir no es mejor que el silencio, no lo digas".