En los tiempos que corremos los efectos especiales del cine y algunas sagas de magia y poderes extraños nos hacen ver la vida con mayor realismo. Todo lo que vemos por la gran pantalla en todas estas películas y series sabemos que es ciencia ficción, a veces por desgracia. A quién siendo niño no le hubiese gustado tener los poderes que al superhéroe de turno le ha dado su creador...

Sin embargo, por desgracia para los cristianos, hemos caído en la explicación fácil de que todo lo maravilloso y sobrenatural que hay en la Biblia -y por extensión en nuestra fe- es legendario: ni podemos expulsar demonios, ni podemos curar enfermos. Dos de los signos que Jesús suele citar cuando envía a la misión a sus discípulos. Yo a veces me pregunto: ¿en serio que queremos extirpar estos signos de nuestra fe?

Nos cuesta creer que el demonio, el diablo y los espíritus malignos existan, pero es cierto que actúan en nuestro mundo, tentándonos y haciéndonos dudar de todo menos de una cosa: que ellos existan. No podemos expulsar y luchar contra quien no vemos, ni sentimos, ni sabemos de su existencia. Pero es cierto que en mayor y menor medida son capaces de hacernos tropezar, de angustiarnos con nuestra debilidad y de hacernos sentir que Dios está lejos de nosotros porque las cosas no salen como nosotros hemos pedido. Jesús pasó curando a los enfermos y liberando a los oprimidos por el mal. No es necesario que echen espuma por la boca, que giren su cuello o que griten con voz de ultratumba en lenguas extrañas para que nosotros tengamos que acudir en ayuda de quien nos pide liberación. Basta que miremos a nuestro alrededor para que veamos cuánta gente está oprimida sutilmente por el mal, por su mal, por el mal de otro o, lo que es peor, porque no son capaces de hallar la bondad de Dios.

Tampoco estamos muy confiados de que nuestras palabras y nuestros gestos puedan curar a nadie. A veces nos conformamos con decir que en realidad "la fe nos hace más llevadera la enfermedad, pero lo que tenemos, hay que pasarlo"? ¡Qué poca fe tenemos! La fe cura, no solo el espíritu, sino también el cuerpo. La fe sana, salva y libera. Quien tiene fe sana, salva y libera a quien se encuentra con él. Y yo, ¿tengo fe?