En esta época del año se repite uno de los rituales que más esperan muchos estudiantes universitarios: la ceremonia de graduación, es decir, el final de sus estudios. Ayer sábado se celebraron las de los Grados de Relaciones Laborales y Recursos Humanos y de Trabajo Social de la Universidad de Salamanca, y en las próximas semanas asistiré a las celebraciones de los Grados de Sociología y de Comunicación Audiovisual. Los cuatro grados se imparten en la Facultad de Ciencias Sociales, de la que soy decano desde mayo de 2012. Por este motivo, uno se siente especialmente orgulloso de asistir a este tipo de actos, pues una graduación universitaria es un día especial para todos los que hemos vivido muy de cerca la formación de los estudiantes.

Pero sobre todo es una jornada muy emotiva para los padres, que han invertido muchas de sus energías, de sus ahorros y de sus esfuerzos personales en sus hijos, para los estudiantes, que han alcanzado y superado una etapa más de sus vidas, y, por supuesto, para los padrinos, que se sienten halagados por tan preciado reconocimiento. Yo creo, sin embargo, que una graduación es eso y algo más. Es también una oportunidad para hacer balance e imaginar el futuro. Como decía ayer en el discurso oficial, uno de los retos que tienen por delante los estudiantes es el de inventar su propio futuro, aunque no podemos olvidar que para ellos y para cualquiera de nosotros cada día que amanece es el primer día del resto de nuestras vidas. De ahí que todos tengamos la obligación de inventar nuestro propio futuro. Porque el futuro es una página en blanco que hay que escribir y colorear todos los días. Ahora bien, que el contenido sea este o aquel dependerá no solo de nuestros buenos deseos sino también de las circunstancias personales, familiares o sociales.

Por eso precisamente construir el futuro nunca ha sido una tarea fácil. Pienso, por ejemplo, en la búsqueda de trabajo, que quitará el sueño a muchos estudiantes. Pero que no cunda el pánico: la búsqueda de trabajo forma parte de los retos de la vida. Por tanto, inventar y construir el futuro es uno de los desafíos más importantes que tenemos por delante. Y para que ese reto se convierta en una magnífica oportunidad es imprescindible hacerse preguntas, pues solo quien interroga a la realidad o a la vida está en una magnífica disposición para encontrar una respuesta. Por eso es clave hacerse preguntas de forma permanente, aunque corramos el riesgo de que nuestras interpelaciones puedan causarnos más de un problema. Los ciudadanos no podemos dejarnos vencer por quienes desean que triunfe el silencio, que son muchos y están diseminados por todos los rincones de la vida. Los silencios impuestos nunca han sido buenos compañeros de viaje, ni antes ni ahora. Y tampoco lo serán para los estudiantes universitarios que en las próximas semanas concluirán una de las etapas fundamentales de su vida.