No sé qué está pasando en España con algunos españoles. No sé si se trata de un virus o de una bacteria que afecta a la personalidad de individuos con una cierta vulnerabilidad muy determinada. Lo cierto es que cada día surgen, como por generación espontánea, personajillos de lo más dispar. Tras la aparición del pequeño Nicolás y sus puestas en escena pijas, de "escopeta nacional" y a lo Bond, hay como una especie de efecto llamada o efecto Nicolás que empieza a ser preocupante. Todos quieren su minuto de gloria, su paso por los platós de televisión, por supuesto cobrando todo eso que se dice cobran estos personajes en las cadenas privadas, y un lugar en el papel cuché y en el otro más serio del periódico nuestro de cada día.

España tiene su pequeño Nicolás y ahora tiene a su Nicolasa. Que no se llama así pero que hace cosas iguales o parecidas a las que el "zarévich" patrio nos tiene acostumbrados. Cuando esto escribo, la Policía busca a una mujer que se hizo pasar por asesora de la vicepresidente del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, para convocar un acto con el falso reclamo de su asistencia en Orihuela. Es lo que tiene haber creado esa impresionante nómina de cargos de confianza, que cualquiera se cree con derecho a sentirse asesor por un día y ver a todo el mundo prácticamente postrado a sus pies.

La Policía quiere aclarar el hecho y emprender "las medidas adecuadas". Hay que impedir como sea la proliferación de estos especímenes. Con el pequeño Nicolás ya tenemos bastante, habida cuenta de que el culebrón del que es protagonista aún no ha terminado. Todavía le quedan unos cuantos capítulos que serán carne de programa de televisión y algún que otro suelto periodístico. La asesora ficticia de la vicepresidente responde al nombre de Rosa Ferreira, desde ahora alías la Nicolasa. Y fue capaz de mover para el acto, en el que anunció la comparecencia inexistente de doña Soraya, al vicepresidente del Consell, a la consellera de Bienestar Social y al mismísimo obispo de Orihuela-Alicante, que ya es tener poder de convocatoria.

No podemos ser un país de chiste. Somos un país que a todo saca chiste. Somos, posiblemente, los más chistosos de la UE, pero, por favor, no podemos caer nosotros en el chiste, ser parte del chiste, convertirnos en el hazmerreír de Europa y, por ende, del mundo. Como se enteré Nicolás Maduro nos va a dar para el pelo. Con la inquina que nos tiene, todo el día dándonos jarabe de palo, tenga por seguro que estas historias formarán parte de su argumentario contra España y su Gobierno. La cosa puede que vaya un poco más allá. La broma puede que pase por falsificar membretes y emblemas del ejecutivo central. Entonces la cosa puede convertirse en delito.