Los lobos Viriato y Almeida habían sido comprados por los ecologistas e indultados de ser abatidos en los polémicos cupos que la administración local establece cada año. Tras conocer a Almeida, Viriato no tuvo dudas de que ésta sería su pareja dominante en la nueva manada, para la cual trataba de establecer un territorio seguro. En la zona existían otros grupos formados y el equilibrio se mantenía como la naturaleza impone que sea: la ley del más fuerte. Viriato había retado a otros machos dominantes de la zona, pero había perdido todas las batallas. Era un macho fuerte y aparentemente normal, pero había nacido con una malformación en la primera vértebra caudal que une el rabo con las vértebras sacras de la columna. Un detalle imperceptible, sin embargo le impedía usar la cola a modo de timón en los giros rápidos. Viriato perdía el equilibrio y erraba la mayoría de sus lances de caza. Aunque no suponía un problema con los ungulados (cérvidos) ni con los artiodáctilos (jabalís), lo era con pequeños mustélidos, lagomorfos y roedores que forman más del 75% de la dieta de un lobo adulto. Ligeramente desnutrido, Viriato no pudo hacer frente a otros lobos más fuertes.

Almeida, una loba de cuatro años y sin mayor problema, había competido en otros clanes por la supremacía, pero al igual que a Viriato, otras lobas más fuertes la habían expulsado de sus territorios. Así, Viriato y Almeida formaron un nuevo clan en una zona periférica de la sierra, pero fuera de la seguridad del resto de las manadas. Al clan se le unió Romera, una hembra envejecida de 12 años. Romera había sido una hembra dominante durante muchos años en una manada cercana, pero ahora con cataratas y glaucoma, había sido expulsada de su núcleo. Más tarde llegó Pinta, una hembra gregaria que había perdido una falange cazando un jabalí. Esto le impedía mantener una trote estable en las grandes distancias que recorren los lobos gregarios, por lo que el clan de Viriato le ofrecía estabilidad. Por último se unió Jalea, una esbelta hembra de tres años. Jalea padecía una mutación en el gen de la prolactina, hormona fundamental que sincroniza la lactancia en las hembras dentro de cada manada. Sin la capacidad de producir leche para los cachorros de la pareja dominante y con graves trastornos de integración social, Jalea había sido expulsada de dos manadas antes de llegar al nuevo clan.

El invierno había sido lluvioso y abundante en carroña por lo que el grupo no tuvo dificultad en sobrevivir. Con las lluvias invernales, la primavera era propensa y con los primeros aguaceros de marzo, llegaron tres lobeznos destinados a continuar la supervivencia de la manada. La primavera era a la vez benévola con el resto de la fauna salvaje y las crías de ciervo, que en esta temporada son la mayor despensa del lobo, habían crecido muy rápido y los ungulados se habían retirado a zonas de más refugio lejos del territorio del clan de Viriato. La falta de alimento metió a la manada en la desesperación. Otros machos rondaban a Almeida por lo cual Viriato se dedicaba al completo a defender el territorio sin tiempo para la caza. Debido a su edad, la calidad de la leche de Romera era muy pobre y Jalea no conseguía sincronizar su ciclo de galactorrea. Pinta compartía la lactancia con Almeida, pero el clan sufría hambruna ya que Almeida, por la falta de leche en el grupo, no podía abandonar a los cachorros. Pinta debido a su problema en la falange erraba continuamente en la caza y gastaba demasiada energía necesaria para la lactancia de los pequeños lobeznos. Romera por sus problemas de visión se dedicaba a cazar insectos y roedores a la vez que ayudada en la protección del territorio. Jalea era además inexperta y se había convertido en una carga para la manada que ya mostraba signos de expulsarla.

Viriato impotente, una mañana tornó la vista hacia el valle y con el clan preparó una estrategia de caza desesperada. Dejando a los tres lobeznos en el cubil, la manada al completo se dirigió hacia el valle. Viriato estableció la estrategia y Almeida organizó a las hembras. Viriato sabía de los defectos físicos de cada una y de que la probabilidad de regresar todos juntos era muy baja. Aún así, decidió sacrificar a parte de la manada para la supervivencia de la nueva generación, ¡es la ley de la naturaleza!

Viriato fue el primero en regresar al cubil con carne fresca, pero los cachorros no se habían desarrollado y necesitaban de la leche materna. Después llegó Jalea. Viriato siguió acarreando carne tres días más mientras Jalea, sin éxito, intentaba amantar a las crías que tras cuatro días sin leche sucumbieron. El resto de la manda jamás regresó.

Manuel tenía un ganado de 500 ovejas y vivía en uno de los pueblos de la Sierra. Su mujer, María, había muerto en el campo mientras pastoreaba las ovejas de parición. La asistencia sanitaria en la zona es muy deficitaria y cuando llegó la ambulancia nada pudieron hacer por ella. María padecía una arritmia cardiaca y su marcapasos falló. Intentó llamar por el teléfono móvil, pero debido a la carencia de señal de telefonía en la zona, sus intentos fueron inútiles. Manuel y María tenían tres hijos, José , Mercedes y Manolín. José estudiaba derecho en la Universidad, pero cuando murió su madre abandonó los estudios para ayudar a su padre con el ganado y sacar adelante a sus hermanos. Dos años después, motivada por la muerte de su madre, Mercedes comenzó sus estudios de medicina para ser cardióloga y Manolín había accedido a un módulo de ingeniería. Manuel y José eran autónomos y debido a los brutales recortes en educación del Gobierno, ni Mercedes ni Manolín disfrutaban de beca, por lo que las ovejas eran todo el soporte para la familia y para los estudios.

Manuel se encargaba del ganado de unas 300 ovejas de parición mientras José, cuidada de 200 cancinas (ovejas jóvenes que no han parido nunca). El consejo regulador es muy estricto y establece que las ovejas en periodo de lactancia deben mantener una dieta natural de pasto variado durante todo el día, para poder exportar lechazo de calidad a la capital. Contaban con 15 perros: seis mastines y dos de queda (pastores o de careo) en el ganado de las paridas y 4 mastines y tres de queda con las cancinas. El gasto anual en los perros era de unos 5.000 euros entre seguros, vacunas y comida. Además el ganado contaba con dos seguros, uno obligatorio para todos los ganaderos y otro adicional de carácter voluntario para posibles ataques de los cánidos.

Aquel día los perros del ganado de parición estaban muy nerviosos y en vigilancia constante. No era época ni tampoco horas para el lobo por lo que Manuel pensó que algún jabalí podría estar cerca. Una de las ovejas se quedó rezagada para alumbrar y Manuel se quedó asistiendo el parto procurando que los mielgos mamasen a tiempo el calostro y ponerse en pie cuanto antes. Mientras, el ganado se había metido en una urrieta (zona estrecha sin salida) y fue cuando Manuel escuchó a los perros alborotados. Dejó a la parida y corrió hacia el ganado donde por el flanco derecho se topó con Viriato. Justo en ese momento, cuatro de los mastines giraron hacia éste iniciando la persecución. Viriato alejó a los perros e inmediatamente los otros dos mastines se situaron en la vanguardia vigilando el punto débil. Manuel tenía experiencia y ya intuía lo que venía a continuación, pero nervioso erró en la defensa. Dispuso a los tres perros de queda en el mismo flanco por el que había aparecido Viriato y él se situó en el izquierdo. Contra su pronóstico, Almeida y Romera entraron por la parte trasera indefensa dividendo en dos al rebaño. Manuel con los cinco perros corrió hacia donde estaba Romera que ya había degollado varias ovejas. Los perros dieron caza rápida a la loba, que ya vieja, sin fuerzas y con problemas de visión no pudo escapar. Mientras, Jalea y Pinta saltaban de lleno, una por cada flanco, sobre las ovejas que aterradas se arremolinaban muriendo por asfixia. Los perros dieron con Pinta en el momento en que los otros cuatro mastines regresaban de la persecución y se dirigieron hacia Almeida alcanzándola, pero herida, ésta puedo escapar. A la vez, Viriato volvía a entrar de lleno en el ganado para seguir degollando el mayor numero de ovejas posible. Una certera dentellada y las ovejas caían a decenas por minuto. Atrapadas en los flancos de la urrieta las ovejas no tenían escapatoria. Manuel atajado por la impotencia sólo podía maldecir de rodillas al cielo. Los perros se dividieron para montar guardia en torno al rebaño mientras otros intentaban, sin éxito, dar caza a Viriato y a Jalea. Cuando por fin se retiraron los lobos el paisaje era desolador. De las 300 ovejas de parición, más de 200 estaban muertas o heridas. Era sábado y el veterinario de guardia tenía desconectado el teléfono, por lo que José tomó la escopeta de su padre y una por una fue sacrificando todas las ovejas heridas. De un tiro terminó con la vida de un mastín y otro de los perros de queda que habían sido heridos durante el ataque. Los ganaderos no tienen licencia para usar pentobarbital sódico, substancia de uso para estos casos, por lo que el plomo hizo las veces. Sin leche para ser amantados, se procedió a sacrificar a los corderos que estaban en el establo esperando la toma. Finalmente, José sabiendo que Almeida, herida por los perros, no podía estar muy lejos, la buscó y tras santiguarse, con una bala acabó con su vida entre la rabia de la venganza y el saber evitarle el sufrimiento de una muerte lenta. De un ganado de 500 ovejas se salvaron las 200 cancinas de José, unas pocas nodrizas que abortaron tras el ataque y muy pocos corderos.

Las fotos de la noticia de la muerte de las tres lobas y los tres lobeznos corrieron por las redes sociales e inmediatamente se organizaron manifestaciones en todas las grandes ciudades. Los grupos activistas radicales iniciaron una campaña de descrédito contra José acusándole de asesino y exterminador. José sufrió todo tipo de amenazas, injurias, insultos y su furgoneta fue quemada. De la misma manera, los ecologistas recaudaron dinero para que Viriato y Jalea fuesen capturados y llevados a un centro de rehabilitación para lobos y así protegerlos del estrés de haber perdido la manada.

Se conoce de sobra el estrés que sufren las ovejas después del ataque y de cómo la mayoría tienen abortos consecutivos, a veces de por vida, y como muchas tienen que ser sacrificadas incluso años más tarde. A nadie le importa el estrés postraumático de los pastores que observan impotentes como su rebano, cuyas ovejas conocen una por una por su nombre, se va a pique. No hay bajas laborales, no hay sicólogos, no hay compensaciones, no hay nada de nada sólo desesperación. Manuel no recuperó la voz y su mirada permaneció perdida. Un mes después, la depresión le dio la vuelta a la escopeta y acabó con él. Tuvo un entierro como el de los demás.

La administración abrió una investigación para establecer las ayudas, pero encontró que Careto, uno de los perros del ganado, no tenía cartilla sanitaria ni chip. Careto, como tantos otros perros, había sido abandonado en una gasolinera cercana por una familia de la capital en la Semana Santa. Tras deambular perdido, Careto había sido aceptado por los perros del ganado y Manuel decidió adoptarlo, pero era el periodo de parición y no hubo tiempo para el papeleo. Los seguros denegaron las ayudas y a José se le impuso una multa de 10.000 euros por los papeles de Careto. Tras morir su padre, con el ganado diezmado y sin ayuda económica, José tuvo que enfrentarse solo a los tribunales. José fue condenado a tres años de cárcel por matar a Almeida con una escopeta de la que no tenía licencia. Por no tener antecedentes se le condonó la pena tras pagar una fianza de 200.000 euros. Tuvo que vender todo lo que le quedaba y los vecinos del pueblo le ayudaron económicamente. El ayuntamiento no hizo nada.

Sin recursos económicos, Mercedes tuvo que abandonar los estudios de medicina para ir a trabajar de asistenta de hogar en la casa de un señor adinerado de la capital. Manolín, como tantos otros del pueblo, desapreció y nadie ha vuelto a saber nada más de él. José arruinado y acosado por las redes sociales, acabó en el alcohol. Nadie se preocupó de su rehabilitación.

Viriato, por fin superó el periodo de recuperación, pero dos meses después fue abatido por un acomodado escopetero de la capital que pagó 6.000 euros a la administración en una subasta. Con el dinero, el Ayuntamiento local contrató una orquesta y convidó a una sardinada para todos los veraneantes de la capital durante las fiestas patronales. Los otros pastores del pueblo así como los agricultores estaban con sus faenas y ninguno disfrutó de las fiestas. A la vocalista de la orquesta, conocida activista radical, no le importó en absoluto cobrar su caché. Es una profesional y no se cuestiona la procedencia del dinero. Sin embargo, al resto de los componentes de la banda les llamaba la atención una persona del público. Era José que ya se había convertido en el borracho del pueblo y hacía su particular espectáculo.

Pero las desgracias de Manuel no se acabaron. Mercedes, su hija, metió el cordero en el horno y le sacudió el polvo a Viriato que ahora disecado adornaba el salón de la casa donde trabajaba. Era el cumpleaños de Carlos, hijo, nieto y tataranieto de una acaudalada familia de cardiólogos. Carlos compaginaba los estudios de medicina con los de piano. Éste iba a comenzar la residencia de cardiología en el hospital de su padre, sin embargo ese verano estaba de gira con la orquesta que el día antes había amenizado las fiestas del pueblo de los tres: Mercedes, Viriato y el cordero que estaba en el horno. La noche anterior había ganado 500 euros en el pueblo de Mercedes, el sueldo de un mes de ésta por limpiar la casa de su padre en la capital. A Carlos le esperaba toda una vida por delante en el servicio de cardiología en la gran ciudad. Mercedes por la noches se sienta junto a Viriato y repasa los libros de anatomía de Carlos. Viriato, tieso como una vela, sabe que Mercedes conseguirá su sueño. Ya no le limpiará más el polvo pero se queda feliz pensando que lo aprendido por Mercedes dará luz para una nueva generación de ambas especies.