Me decían el otro día que la crisis va a acabar porque la gente ya está harta de crisis. Bien, no lo niego. Puede ser: puede ser que, como siempre, el patio se divida entre los que han perdido su trabajo o su riqueza y quienes lo conserven pero, por prudencia, hayan reducido su gasto y su inversión. Puede que estos últimos empiecen a gastar con más alegría, por hartazgo, y puede que poco a poco despeguemos, animados por al bajada del petróleo y la mayor competitividad del euro.

Lo que pasa es que, de partida, me genera sarpullido cualquier explicación voluntarista, por mucho que entienda que la economía es cuestión de sensaciones y voluntades. Vivimos en un mundo de percepciones, vale, pero con psicólogo o sin psicólogo, con encuestas o sin encuestas, tarde o temprano hay que contar las habichuelas y ver si a tu alrededor hay más o menos personas trabajando que hace siete años. Y no hay más, en unos casos por falta de empleo y en otros por falta de gente, porque tus amigos o tus vecinos se han marchado.

Hay que ver si a tu alrededor la gente ha visto crecer sus salarios, o ha visto cómo cualquier empleo de mil euros se ha convertido en uno de ochocientos cincuenta.

Hay que ver si la gente que perdió su trabajo ha encontrado otro, y cuánto le pagan en este, y cuántas horas tiene que hacer, o por cuántas horas le han contratado, no vaya a ser que nos estemos montando entre todos una de aquellas repúblicas soviéticas en las que la gente hacía como que trabajaba y sus patronos hacían como que les pagaban.

Hay que ver si las tiendas abren o cierran. Hay que ver si en las carreteras hay más tráfico o menos. Hay que ver si en los bares sirven tres cañas o dos cafés.

Y cuando se cuentan las habichuelas se ve que alegría hay poca, porque la alegría procede del excedente, de lo que sobra después de pagar la hipoteca, la cesta de la compra y el recibo del teléfono y la luz. Puede, no lo niego, que las apreturas se hayan reducido, pero alegría no hay.

Y sin alegría no hay Gobierno que se mantenga en el poder, porque la gente no se conforma con sobrevivir. No mientras otros, a su lado, lo pasan a lo grande. Eso es lo que le cuesta entender a Rajoy.

Pero ya espabilará...