Contra el as no arrastrarás, sostiene un juicioso principio del naipe que Grecia ha ignorado en sus tratos con la Unión Europea: y así les va a los buenos de Tsipras y Varufakis. Que están a punto de perder la partida.

Mientras negocian a la desesperada una rebaja en el menú de recortes de Bruselas, los dos mandamases han tenido que oír una nada disimulada advertencia de la canciller en jefe Angela Merkel. "Más les vale que las medidas que presenten estén a la altura de nuestras expectativas", dijo en su última aparición el as de oros. Y a los griegos ya no les quedan cartas con las que hacer baza.

Los partidos como el que ha llevado a Alexis Tsipras al gobierno suelen referirse habitualmente a la UE como la Europa de los mercaderes, tal que si el honrado gremio del comercio sufriese de alguna tara de origen que descalifique su actividad.

Llevan razón, no obstante, en que Europa es un mercado nada común. Efectivamente, la actual Unión se edificó sobre toneladas de mantequilla, carbón, fruta, carne, acero, medicinas, coches y otros muchos bienes alumbrados por el cuerno de la abundancia del libre mercado.

Uno puede disentir de ese principio de libertad económica, como hacen los dirigentes griegos de Syriza; pero en modo alguno impugnar las reglas del club en el que otros gobiernos anteriores solicitaron su ingreso. Después de todo, el dinero con el que se han financiado las grandes obras públicas en Grecia y otros países de la Europa menos acaudalada tenía precisamente su origen en ese sistema de probada generación de riqueza. Un método que funciona igual de bien aquí y en Pekín.

Los gobernantes griegos -y no solo ellos- interpretaron un tanto exageradamente que la entrada en el círculo de los mercaderes daba derecho a barra libre sin obligación alguna de pago. Un enojoso malentendido que muchos de los países del Club Mediterranée están -o estamos- pagando desde hace años a muy alto precio. No se puede decir que hubiese mucho margen para el engaño. La UE nació como un club cerrado y con estrictas reglas sobre la libre circulación de personas, capitales y mercancías que nadie podrá tachar de confusas. Unas normas que en la práctica excluyen la aplicación de principios fascistas, como los de la francesa Marine le Pen, o neocomunistas, tales que los de la Syriza que sostiene al actual Gobierno griego.

A despecho de esa evidencia, Tsipras y su paladín Varufakis abordaron la negociación con una actitud casi pendenciera que en solo unas semanas ha acabado con la paciencia de los restantes socios del club. Incluso el socialista François Hollande, en principio receptivo a sus demandas, les ha recordado que si Grecia quiere seguir en la eurozona, ha de cumplir con lo que le exigen. O, dicho de otro modo: contra el as no arrastrarás.

A los jugadores griegos al mando no les quedan ya naipes en la manga. Si, como es previsible, aceptan las subidas de impuestos y el grueso de desagradables medidas de la troika, deberán hacer frente a la irritación de sus electores. Si insisten en no rendirse ni ante la evidencia, la salida de Grecia del euro pasará de lejana hipótesis a probabilidad, con las amargas consecuencias que eso tendría para todos.

Es lo que tiene objetar las reglas del juego a mitad de la partida. Tal vez un poco tarde, Tsipras está a punto de descubrir que el arrastre contra el as no tiene futuro. Ni aun presente.