Zamora en Semana Santa es un espejismo. Como esos del desierto que nos muestran las películas. El héroe está a punto de morir de sed y cansancio, cuando aparece un oasis de verdes palmeras y aguas transparentes. Y sacando fuerzas de donde no quedan, echa a correr en busca del trago salvador. Pero es un espejismo. El oasis se esfuma antes de que lo pueda alcanzar.

Desde hace décadas, el sentimiento colectivo de Zamora es agónico. Se tiene una percepción pésima de lo que hay, del futuro, de lo que se nos avecina. Tenemos la sensación de pertenecer a una de las últimas generaciones de esta ciudad, de la provincia al completo. Desmantelado el sector agroganadero, del que no solo vivía el campo, también la ciudad como proveedora de servicios, nos hemos quedado, como el pintor del chiste, colgados de la brocha. ¿Y ahora qué hacemos, a qué nos dedicamos? No paramos de dar vueltas a esos interrogantes. Y van surgiendo posibles respuestas? que nunca se acaban de concretar. ¿Hay papel, una función, un sentido para provincias como ésta en el futuro del país? El pesimismo nos domina la mayor parte del año. Lo cual es lógico, dado lo difícil que resulta desde abajo ver el conjunto, el sentido del puzzle, la realidad que nos rodea. Eso se puede ver desde arriba, abarcándolo todo de un vistazo. Y ese punto de vista lo tienen solo ellos, los que están en lo alto de la organización social. El problema es que los de arriba no saben mirar. O que solo elegimos para estar arriba a los que no quieren ver. O a los que no tienen, entre sus posibles virtudes, la de planificar y administrar con tiento y honradez lo común.

De ahí el "victimismo" que tanto se nos reprocha, por parte precisamente de los que no saben o no quieren ver. No es un problema de la gente, de los zamoranos. No es verdad que tengamos un natural pesimista o tristón. El problema es que nunca hemos tenido líderes o dirigentes que nos sepan mostrar el camino o nos animen a buscarlo entre todos, con sensatez, esperanza y la suficiente dosis de sentido común. Y si tú, desde abajo, no puedes ver en qué parte del bosque te has perdido, y los que van en helicóptero no quieren decírtelo, ¿cómo diablos vas a ser tan optimista como para avanzar con decisión hacia no sabes dónde? Lo natural es caer en el desánimo, el pesimismo, la desilusión y el victimismo. Eso o agarrarte a los espejismos. Como el de nuestra Semana Santa, convertida en foco casi único de atracción turística, de indudable y creciente tirón. Llegan de pronto estos días, ves las calles rebosante de animación y te dan ganas de correr en pos del oasis:

-¡Al fin, agua! ¡Al fin, gente, futuro, actividad! ¡Zamora está salvada!

Lo malo es que el espejismo dura bien poco. Apenas la semana al completo. Y el lunes volveremos a quedarnos los mismos, más desolados que antes, contando por las calles los escaparates muertos, las tiendas vacías y el silencio de la ciudad. Todo lo que anima está bien. Y contra la depresión, ya se sabe que procede medicarse con estimulantes. La Semana Santa es nuestro estimulante número uno, el más potente, el más eficaz. Pero no nos engañemos, debemos hallar de una vez soluciones reales que nos estimulen todo el año, económica y anímicamente. Y eso pasa por hallar la salida del laberinto, de este bosque en el que llevamos perdidos demasiadas décadas. Y eso pasa por tener ahí arriba, desde donde se consigue visión de conjunto, a uno de los nuestros, a alguien de quien nos podamos fiar, que vea y sepa mirar; que nos diga:

-¡Zamoranos, por ahí!

Y dejemos, por fin, de estar extraviados o a merced de quienes tanto ganan si seguimos eternamente perdidos. Ánimo, pues. Tras una gran Semana Santa, pueden venir otras semanas no menos estimulantes para Zamora. La cuestión es estar atentos, para que no nos la vuelvan a liar.

(*) Secretario General de Podemos Zamora