Zamora cierra de nuevo, en este Domingo de Resurrección, una de las páginas más brillantes de su Semana Santa. Todo se ha conjugado para que la más grande celebración de la ciudad luciera como debe: el buen tiempo, que animó a propios y a visitantes a ser testigos de este escenario de Pasión, el buen hacer de las cofradías, que han salido a la calle sin contratiempos, y, sobre todo, el esfuerzo unánime de toda la sociedad.

La Semana Santa ha lucido como se espera de un Bien de Interés Cultural, aunque esa misma distinción obliga, más que nunca, a cuidar ese patrimonio inmaterial cuyos méritos aspiramos a que se nos reconozca mundialmente. Un cuidado que exige, en suma, aplicar el sentido común para que impere la cordura en estos días en los que la exaltación de lo propio se convierte en común denominador, dando lugar a excesos que más que sumar, restan. Como exceso deben interpretarse, incluso, las rencillas internas entre cofrades de Luz y Vida que suponen un lunar oscuro que debería resolverse sin más dilaciones.

Una de las características que destaca de la Pasión zamorana, a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, es el respeto con el que se siguen las procesiones. Cofrades y penitentes de acera conocen bien sus respectivas funciones y las ejercen, salvo excepciones que no deben convertirse en regla. Las cofradías intentan poner orden, sobre todo entre los numerosos profesionales gráficos que acuden cada año, pero también, con idéntico respeto, deben hacer llegar esas normas al público. Una señora, en pleno acto central de la Tercera Caída, en la Plaza Mayor, el pasado Lunes Santo invadió literalmente la procesión con su tableta para inmortalizar el momento. Una estampa impropia y molesta, que se ha reproducido durante muchos de los desfiles hasta perturbar a cofrades y al resto del público.

Con la tecnología a mano de casi todo el mundo, la proliferación de personas dispuestas a inmortalizar tan hermosas estampas puede resultar muy perjudicial para la pervivencia de los valores intrínsecos de la tradición. Resulta conveniente el establecimiento de normas que tal vez debieran cobrar rango de autoridad, por ejemplo, mediante un bando municipal. A medida que crece el turismo, más necesario se hace elevar públicamente esas normas que faciliten la convivencia y garanticen la pureza de la celebración, reglas indispensables en una ciudad que, además, tiene que hacer frente en cuatro días prácticamente al quíntuple de su población habitual.

Ese respeto debe extenderse también entre los profesionales que acuden a cubrir dignamente un acontecimiento que supera cada vez más fronteras, pero sin que ello acabe por transformarse en cortapisas insalvables para su trabajo. Sí, claro que estamos ante una manifestación de raíz netamente religiosa, que merece toda la consideración por respeto a las creencias que, no lo olvidemos, comparte buena parte de la ciudadanía. Ciudadanos que, además, contribuyen con sus impuestos al mantenimiento del patrimonio artístico por cuya conservación se debe velar, sin hurtarlo a nadie. Pero también es verdad que, en pleno fragor semanasantero, habrá que tener cuidado con los excesos para no recurrir a falsas sacralizaciones de actos puramente de intendencia, como algunos traslados de pasos de los templos al Museo y viceversa.

Este poliedro de la Semana Santa suma en su conjunto una enorme riqueza espiritual, evidentemente, pero también material. Ingresos en la hostelería y el comercio que representan buena parte del Producto Interior Bruto de la provincia en todo el año. A la espera de un balance definitivo, puede decirse que la simiente garantiza un óptimo resultado este 2015. Tanto que incluso empiezan a modificarse horarios en los comercios y a abrirse en Jueves Santo.

Que nadie vea en este interés legítimo de los empresarios que sostienen la economía de la capital ningún parangón con el templo invadido de mercaderes. La ciudad ofrece estos días la estampa de lo que siempre quiso y nunca pudo ser: una Zamora abierta que derrocha vida en sus calles, que vuelven hoy a su rutina con las últimas salvas del Encuentro en la Plaza Mayor. Que el sentimiento más humano no coincida fielmente con el orden establecido con la liturgia, y se encuentre más regocijo durante los días de Pasión que en la Gloria de la Resurrección, debiera ser una debilidad perdonable por esa anemia crónica que la capital y su provincia sufren en forma de despoblación.

Zamora ha hecho de nuevo historia en este 2015. Una de sus hermandades, la cofradía del Vía Crucis, abría sus puertas a las mujeres por primera vez desde que se fundara en 1941. La evolución sigue, como garantía de continuidad. Respeto, sentido común y evolución, tres elementos en los que apoyar el futuro de la Semana Santa para garantizar su pervivencia.