Zamora solo tiene dos caras, una la muestra durante una semana. La otra, el resto del año. De esta segunda hay muchos momentos para escribir sobre lo bueno y malo que atesora y, fundamentalmente sobre lo "regular", que es lo que más abunda, nos representa y caracteriza.

Porque, no disimulemos, Zamora y los zamoranos que aquí seguimos, no nos caracterizamos precisamente por una exultante brillantez o por grandes desvelos en persecución de la excelencia. Somos, por así decirlo y confiando en que nadie se me moleste demasiado, de una relajada mediocridad conformista, perfumados con aroma de resignación y levemente atusados con unas pinceladas de vanidad derivada de un esplendor que, en realidad, como recordó Ricardo Flecha en su magnífico pregón de Semana Santa, Zamora nunca tuvo.

Pero no es esa la Zamora que vemos, vivimos y mostramos durante la única semana de diez días que luce en nuestro calendario. Ya lo escribí en alguna otra ocasión, solo he visto a Zamora brillar henchida de orgullo durante las dos ediciones acogidas de la Europeade y cada año por Semana Santa. Este año se lo he oído pregonar a Flecha en Zamora y a Cuesta en Vigo. Otros lo han hecho en otros puntos para aquellos que un día se fueron a otras tierras. Zamora no es Zamora en Semana Santa, o quizás sí, esa sea Zamora y lo del resto del año solo una consecuencia de la pereza y otros pecados capitales de los zamoranos.

Durante diez días las casas se abren y las mentes se expanden. La mirada al frente se sacude el polvo que no deja ver más allá de las propias narices y la carcoma que nos debilita durante el resto del año sucumbe bajo el barniz de una ciudad nueva. Un alma nueva. Es verdad que toda la atención se concentra en un solo objetivo pero, a diferencia de lo que ocurre durante el resto del año, no para teorizar y erigir en el aire castillos construidos con las volutas del humo de nuestra indolencia colectiva, sino para ejecutar la gran obra escénica de los zamoranos. La representación de la Semana Santa. Entonces sí. Entonces Zamora es grande y abierta y fresca y radiante y moderna.

Ojalá me equivoque cuando creo, más por información que por presentimiento, que es muy improbable el reconocimiento como patrimonio de la humanidad para la Semana Santa. Ni la orientación de la Unesco que es quien otorga tal distinción, ni la geopolítica juegan a favor. Ello no ha de ser óbice para que busquemos mejorarla y en conjunto con el Románico y la riqueza natural de la provincia aprovecharla para atraer y cautivar turismo.

En cualquier caso, lo más importante son las lecciones que nos faltan aún por extraer de la brillantez de estos días y aplicarlas, hacia adentro, al día a día de una ciudad y provincia que languidecen. La apertura de miras es lo más complicado, pero no perdamos la fe.

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