En estos días, desde La Mota, hemos vivido unas mañanas preciosas de primavera adelantada, hemos sentido el calor acariciante y templado de un sol primaveral, hemos disfrutado de una luz solar que se gozaba derramando con fuerza tanta claridad luminosa que nos hizo entornar los ojos; nos hemos solazado y recreado en el placer de la contemplación del inigualable paisaje de los valles y montañas que nos rodean en un ambiente propicio al embeleso, y hemos asistido a la algarabía ruidosa, en sus escarceos de supervivencia, de los juegos amorosos de las aves: Un disfrute holista de lo natural.

Así, soñando despierto, recorriendo la barandilla del encantador mirador sobre la extensa depresión en lo alto de la cárcava, miro las sierras abrigadas en su toquilla de pulcro níveo y observo las arboledas en perfecta formación, como fuerzas reglamentadas de un ejército multitudinario con las lanzas prestas al cielo, en espera de un hipotético enemigo ciclópeo; pero se va notando que la primavera se acerca al galope, porque las pretendidas pértigas soldadescas van perdiendo su blancura invernal en favor del marrón de los nuevos brotes anunciadores de la cercana eclosión vegetal, y todo son síntomas anunciadores del imparable cambio de estación.

Está muy cerca la primavera, ese tiempo de esperanza y desconsuelo, de intuido dolor y arrebato pasional en inexplicables llantos y risas, tiempo de eclosión floral con colores en vehemencia de erotismo vegetal y en exultación de polen que es anuncio de las semillas que perpetuaran la vida, porque todo juega en la paranoia estacional de la sensibilidad sensual en grado hiperestésico, en la locura del renacer que va de extremo a extremo de los sentidos al alma. En estos términos de frenesí de los sentidos en su mayor desbordamiento estacional, es cuando la Cuaresma se apura en el Domingo de Lázaro y sigue la Semana de Pasión que nos proyecta desde un mundo de sensaciones a un mundo de sentimientos; y nos huele a cirio e incienso, y resuenan en lo hondo del pecho redobles de tambor y marchas procesionales, porque ya se siente la Semana Santa, la Pasión de Jesús, en recreación del martirio de su Crucifixión.

Hoy día, nosotros, la generación silenciosa, la generación de los engendrados en los últimos años de la Guerra Civil, los que vivimos el hambre y el racionamiento haciendo colas de espera con las cartillas para sobrepasar unos momentos la necesidad acuciante de supervivencia, somos los que nunca nos dejaron ni pudimos opinar ni decidir y cuyo único fin fue: trabajar, trabajar, trabajar? y trabajar.

Pero se nos educó en valores de moralidad que ahora nuestros hijos y nietos, (a los que pretendimos educar con mimo en las virtudes de Dios, patria y familia), nos dan lecciones, desvirtuando, desde el hedonismo simplón y estúpido que elimina cualquier pretensión de moralidad, los elementales principios éticos basados en la ley natural, para hacer de la irresponsabilidad el abuso de los más débiles y del dinero, norma de vida. Así, todos usan cualquier medio para ser ricos y esclavizar a los demás; especialmente los mentirosos líderes de la progresía y cara duras de sindicatos. A nosotros nos decían que la vida era para dedicarla a los hermanos; y hermanos eran la humanidad entera con todos sus colores.

Hoy, en procesión con el hábito cofrade, con palabras inaudibles, pediré a mi Nazareno, como la vieja del Evangelio al juez injusto, por mis nietos, repitiendo: ¡Señor, ayúdales, échales un capote, que no se pierdan entre tanta locura, que sean personas honradas, buena gente!