Siempre he considerado que pensar sobre lo que sucede en nuestra vida y a nuestro alrededor es un ejercicio de cordura que reporta un conocimiento directo de las experiencias que nos conforman, que nos ayuda a saber discernir con claridad y conocimientos propio, pero se completa con la escucha atenta de las opiniones que tienen y han tenido los demás de los mismos hechos o parecidos, especialmente considerando los dictámenes de los grandes sabios de la humanidad.

Nuestra civilización, greco-romana, se caracteriza porque desde sus inicios el hombre trata de dar respuesta razonada a su ser y estar en la vida, sin más afán que buscar la verdad, y sus reflexiones se estudian y derivan en la ciencia de las causas últimas: la filosofía.

Enseguida florecieron distintas escuelas de reflexión, y se promovió el debate para esclarecer la verdad, y hubo lugares explícitos donde argumentar o foros de discusión; eran lugares públicos donde se suscitaban las declaraciones de las distintas opiniones en disertaciones populares; esta costumbre de habilitar sitios explícitos donde exponer teorías que planteaban la búsqueda de la verdad, ha proliferado en nuestros días como escenarios polémicos para cualquier causa, en especial la política.

Sin embargo, he ahí que, ante la barbarie irreflexiva y criminal anti-cristiana de las últimas décadas, Benedicto XVI recordó a la curia romana en diciembre de 2009 el Atrio de los Gentiles (Atrium Gentium) del templo de Jerusalén, lugar donde las personas eran admitidas sin distinciones de creencia o idioma. Estimaba que se suscitaba la conveniencia de habilitar un espacio de diálogo y encuentro para todo el mundo, todas las culturas, todas las religiones, y poder dialogar sobre temas de importancia sin renunciar a la libertad de pensamiento. Precisamente ser cristiano no implica sectarismo, porque cristiano es quien sigue a Cristo; y Cristo, dijo: "El que quiera que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga". En libre decisión se manifiesta que en lo personal nunca debe haber intromisiones que coarten la libertad en ninguna de sus manifestaciones.

Pero qué tristes son los sectarios que comprometen en lo que, según dicen, no les importa; hace unos días que, con motivo de mi personal visión de los asesinato de cristianos por musulmanes yihadistas, una persona que estimo (es un ateo y militante incondicional de la progresía, un izquierdista confeso) me contestaba, poco más o menos, diciendo que se repetía lo que habían hecho los cristianos en la Edad Media con las actuaciones del Santo Oficio de la Inquisición en la quema de brujas; que no era ni más ni menos que la incineración en vivo del piloto musulmán de Jordania, pero con la diferencia que ahora los asesinatos se ven en directo y antes había que ir a la plaza del pueblo para el macabro espectáculo.

No cabe duda de que los crímenes fueron y son una salvajada propia del sectarismo fanático, una manera primitiva e irracional de afianzar prosélitos y destruir opositores, pero es indudable que las mentalidades sociales de hace medio milenio no son ni con mucho la mentalidad actual de las sociedades occidentales, aunque algunos fanatismos actuales son capaces de querer el exterminio de la oposición, pero la mayoría de las personas sensatas de la actualidad nos estremecemos ante los bestias radicales que se mantienen en esquemas del siglo catorce. Gracias a Dios, la humanidad tiene mucho avanzado en asuntos de convivencia humana y de respeto a la vida, aunque pesa el horrendo crimen del aborto que cercena la vida concebida dentro del claustro materno.

Me quedé estupefacto ante una persona de ideales progresistas y ateo, capaz de olvidar y despreciar el progreso humanista de nuestras sociedades, equiparando el asesinato de estas acémilas con lo sucedido hace quinientos años en toda la cristiandad.

Pero razonando un poco se comprende que un ateo materialista, para quien todo está en esta vida y todo se queda aquí, lo importante es uno mismo y llevarse puesto lo que se pueda; por eso estos ilustrados demagogos, cuando gobiernan, piensan en su beneficio, pero profiriendo consignas de reparto para engaña bobos, porque como dice el refrán, "El que reparte y bien reparte se queda la mejor parte".