El buen señor llevaba unos cuantos días pachucho. Nada grave. Sin embargo, las molestias iban en aumento. La cabeza cargada, el estómago revuelto, ganas de vomitar, falta de apetito, desazón, insomnio, pinchazos en las articulaciones? Menos fiebre, tenía de todo. Probó con remedios caseros, con unas pastillas recomendadas por el compañero de tute, con una dieta blanda, con prescindir de los vinitos, el café, el chupito y la faria, con alargar los paseos diarios pese al frío, pero nada, no mejoraba. Es más, notaba que se le agriaba el carácter y que su proverbial moderación se convertía en agresividad. Optó por ir al médico. El de cabecera le firmó el correspondiente volante para un especialista de Digestivo. En el hospital de la capital le dieron cita para dentro de tres meses; lo suyo no era urgente y la lista de espera estaba muy nutrida. Repasó la cartilla de la caja de ahorros y se dijo que bien podía pagarse uno particular. Así que, recién mudado y con el traje de las bodas, acudió a la consulta. El doctor le encargó unos análisis, un electro, una radiografía y una gastroscopia. Para ir avanzando, le pidió que se desnudara de cintura para arriba y le colocó el fonendo en la espalda.

-A ver, diga 33.

El enfermo se volvió como un resorte. El brillo de los ojos delatada su nerviosismo. Casi tanto como el chorro de palabras que salió de aquella boca hasta entonces silenciosa.

-¿Treinta y tres? Con ese 33% de los votos ningún partido lograría la mayoría absoluta y se necesitarían pactos para gobernar. Ese porcentaje, aplicado al más apoyado, supone una pérdida de cuatro puntos respecto a las generales anteriores y de dos si lo comparamos con las últimas europeas, pero si lo analizamos más detenidamente?.

El médico, perplejo y casi asustado, le interrumpió tratando de reconducir el asunto.

-Levante la mano derecha e intente tocarse la oreja contraria.

-La derecha, ¡ay la derecha!, pierde en voto directo y en intención de voto, pero podría recuperar el apoyo de los indecisos y así mantener su segunda posición?

El doctor no daba crédito a lo que oía. Se le notó algo enfadado cuando dijo:

-Por favor, coloque la mano izquierda sobre la nuca.

-La izquierda, la izquierda, pero a quién se le ocurre ir tan dividida. Los porcentajes que le asignan los sondeos no son malos, pero también caen en expectativa de voto; un desastre.

Visto lo visto, el galeno le ordenó que se vistiera y, armado de paciencia, reinició la conversación.

-Vamos a ver si podemos entendernos?

No pudo continuar. El paciente se alborotó aún más y soltó de un tirón:

-Podemos, Podemos, Podemos? ahí está la clave. Si es el partido más votado, habrá cambiado el mapa electoral, pero parece que, pese a estar muy arriba, va perdiendo algo de fuelle y luego, claro, los pactos, la casta?

El médico tomó aire, contó hasta diez y quiso desviar la charla hacia otros derroteros.

-Tranquilo, no se altere; usted es un ciudadano normal que?

-Ciudadanos, Ciudadanos? ¿quién podía pensar en una subida tan fuerte? Todo el mundo le da ya como gran ganador, como la nueva potencia del centro- derecha?

Pese a lo complicado de la situación y cuando iba a mandarlo al psiquiatra, al doctor se le iluminó la frente.

-Ni análisis, ni electros, ni dietas, ni nada parecido. Ya sé lo que usted tiene.

-¿Síii?, ¿y es grave?

-Depende, pero estoy seguro que usted sufre un empacho de encuestas. Y eso, créame, no se metaboliza bien sobre todo en estos tiempos que corremos.

El buen señor, con la mirada baja y el ceño fruncido, reconoció que se pasaba las horas pegado a la radio y a la televisión y que, últimamente, devoraba todos los periódicos y revistas que recogían encuestas, sondeos, proyecciones demoscópicas y demás sobre los comicios andaluces, los de mayo, los catalanes, los generales?

-Se ve que no los digiero bien, cosas de la edad, o que son muy fuertes, o que tienen alguna contraindicación, o que no me han advertido de los efectos secundarios? en fin?

-Claro, hombre, esto de las encuestas electorales hay que tomarlo en pequeñas dosis, como el chocolate o los torreznos; no se puede uno dar atracones y menos a diario.

El paciente se despidió. El médico reparó en los que esperaban para entrar y se dio cuenta de que todos tenían los mismos síntomas que el que acababa de salir. Y se santiguó.

-A ver cómo lidia esto la Seguridad Social.