Pese a la apariencia de condenada al desierto demográfico e intelectual, Zamora ha gozado siempre de una gran tradición cultural, más allá de aspectos conocidos y populares que, desde la Semana Santa a otras manifestaciones etnográficas, ha deparado certámenes de gran prestigio a los que no siempre se le ha prestado la debida atención.

Varias de aquellas manifestaciones desaparecieron tras fructíferas etapas, como los añorados ciclos de «Viejas Músicas» que mucho tuvieron que ver en la concienciación ciudadana sobre el valor patrimonial de la ciudad. Otras cayeron víctimas de la defenestración de la Obra Social de las Cajas, como el ciclo de Jazz. Por no hablar de la devaluación progresiva que sufrió la Bienal Internacional, primero de Escultura y, en sucesivas ediciones hasta su desaparición, de Pintura, paradigma de proyectos nacidos al abrigo de otorgar cierto marchamo de calidad a la oferta cultural de Zamora y fenecidos, con frecuencia, por obra y gracia de unas instituciones no siempre sensibles al acervo e incluso al rédito que la actividad intelectual puede reportar a una ciudad tan escasa de oportunidades.

Un ejemplo de esa infravalorada afición de los zamoranos al arte y la cultura y de su capacidad para realizar convocatorias en la que se dan cita investigadores de primera categoría es el ciclo Arte en Zamora que ha desarrollado con éxito la UNED y que ha cumplido ya su décima edición. Hasta 130 personas se han matriculado en un seminario que, de nuevo, ha colmado expectativas de los estudiosos del románico, un estilo artístico con el que, en otros tiempos, se llegó a aspirar a ciudad patrimonio de la humanidad. Zamora, la capital europea con mayor número de iglesias románicas, imita un tanto, en su comportamiento, a ese arte de porte humilde, pero sólido, en comparación con la elevación espectacular del gótico que ha aupado a otras ciudades vecinas a ese inalcanzable objeto del deseo que es la lista de la Unesco.

Cabe preguntarse si, a pesar del tópico de su muralla, que aún sigue oculta en gran parte por las viviendas adosadas indebidamente a gran parte de sus lienzos, a pesar del socorrido tópico de aludir a la cúpula gallonada de su Catedral y sus templos que lucen incluso entre las cicatrices urbanísticas de los solares vacíos del casco antiguo, Zamora ha sabido vender en todas sus dimensiones la riqueza patrimonial que atesora y que se mantiene viva a través de este tipo de foros.

Resulta difícil de explicar, por ejemplo, la limitada o nula participación del Ayuntamiento de Zamora en un acontecimiento que se ha ganado a pulso figurar en los calendarios de los más prestigiosos aficionados a la música culta. El Festival Internacional Pórtico ha estado a punto de desaparecer por falta de financiación. A la perseverancia de sus organizadores se debe el «rescate» llegado de manos del Centro Nacional de Difusión Musical, dependiente del Ministerio de Cultura. El Ayuntamiento de la capital ha recuperado este año electoral su aportación, negada en pasadas ediciones bajo el absurdo argumento de que se trataba de un acontecimiento «elitista». La lista de primeras figuras que han pasado por el escenario de San Cipriano durante los trece años de vida incierta del festival reúne a parte de lo más granado de la música antigua asociada a ese arte románico, desde The Tallis Scholars a Tenebrae Consort, Jordi Savall o el tenor Mark Pardmore que interviene este año, por citar solo cuatro ejemplos.

El Festival ha ido reduciéndose de dos fines de semana a uno por los recortes económicos. Ese elitismo que ha servido de excusa a la principal institución de la ciudad para desentenderse de su suerte se ha convertido, sin embargo, en el motivo que ha atraído durante las fechas de su celebración a cientos de personas que han llenado los hoteles y los restaurantes de Zamora cuando ya ni la Semana Santa conseguía agotar plazas. Qué lamentable error el haber permitido que el certamen se descolgara definitivamente de la gran celebración de la ciudad por excelencia.

Las políticas de turismo venideras debieran tener en cuenta las grandes posibilidades que puede entrañar el agrupar varias actividades ligadas al patrimonio cultural. ¿Acaso alguien se imagina a Almagro o Mérida renunciar a sus respectivos festivales de Teatro o al de Perelada al de danza en aras de un supuesto elitismo? Zamora nunca será objetivo del turismo de masas, así que la apuesta debe ser seria y meditada hacia un colectivo que suscite en la ciudad movimiento comercial y hostelero, a falta de industria.

El pasado miércoles, durante la inauguración oficial de la iluminación de San Pedro de la Nave, el presidente Herrera recordaba el protagonismo de los habitantes de El Campillo, cuyo empeño permitió salvar la que había sido su parroquia durante siglos, cuando las aguas del embalse de Ricobayo acechaban al templo visigótico. Muy a menudo es la voluntad de la gente corriente, de los paisanos, la que propicia la conservación de un legado. Así lo demuestra la creación y el devenir de los acontecimientos culturales de prestigio en la ciudad. Ojalá la miopía institucional sea pasajera y se reconvierta a tiempo para dejar de perder oportunidades de futuro.