Últimamente vivimos sobresaltados por las masacres sectarias y sanguinarias del Estado Islámico; pero vivimos pensando que aún están lejos, y no nos damos cuenta que esta sierpe crece en nuestras ciudades y se mezcla con nuestros hijos, a los que matará como un Caín irredento, con la misma actitud de indiferencia criminal y absurda como narra Albert Camus en "El extranjero". Para nuestras mentes, formadas en la cultura cristiana occidental, resulta inconcebible esa actitud de desprecio a la vida humana que se observa en las ejecuciones teatrales donde se comprueba el agravio a la humanidad desde la absoluta frialdad del planteamiento estético publicitario del momento del crimen.

La última y salvaje brutalidad ha sido el asesinato de los cristianos coptos; unos cristianos que son sistemáticamente masacrados en Egipto hasta la saciedad y hoy son víctimas de los mismos de siempre, aunque esta vez haya sido en un país distinto y por otras siglas de islámicos que son aún más radicales. No saben, estos criminales abyectos, que la sangre de los mártires cristianos es semilla de mártires.

Con el asesinato salvaje de París, el mundo occidental se despertó estremecido, se rasgó las vestiduras y gritó hasta la saciedad: ¡Libertad! ¡Libertad! Y, ¡"Yo soy Charlie Hebdo"! Fue un acto de solidaridad con los asesinados inicuamente mientras hacían su trabajo de prensa en esa publicación que entiende la libertad como abuso y ridiculización grotesca y frívola de personas e instituciones; opino que con esa publicación ni quiero ni debe confundirme nadie, por eso tuve que exponer sin gritos, desde mi libertad y mi conciencia: ¡Je ne suis pas Charlie Hebdo! Pero el mundo laico occidental tembló asustado porque entiende que el cristiano tiene el compromiso de amar a sus enemigos, que ser cristiano es para el que libremente quiera; y un cristiano no quiere mal a nadie y no hace daño a nadie y ayuda a todos con los medios de que dispone, el ejemplo: Cáritas.

Sin embargo, debo decir que aunque estoy radicalmente en contra de los asesinos por cualquier causa y de todo tipo, entiendo que habrá que considerar como justa y necesaria la réplica de una guerra contra ese estado islámico que aspira a la UMMA única y total desde el espantoso genocidio del resto del mundo.

Estos descendientes de Abrahán, igual que nosotros; estos adoradores del mismo Dios que nosotros; estos ismaelitas categóricos, sectarios y asesinos que viven al calor de nuestras ciudades y son una sierpe venenosa incrustada en nuestro pecho, con la anuencia y la estupidez de unos gobiernos que se autodenominan laicos y consienten, con licencia y permisividad política, que un colectivo, que no es capaz de integrarse socialmente, sea un peligro evidente, que está ahí, criado y desarrollado a nuestros pechos y nos asesina de la manera más ignominiosa, salvaje, escandalosa y depravada posible.

Yo, hoy, quiero estar con mis hermanos coptos, mis compañeros en Cristo; que son hermanos por un Padre común, y soy compañeros de ellos porque, como ellos, he tomado el pan de la conmemoración cristiana en comunión de identidades.

Yo, hoy y siempre, estaré con mis hermanos cristianos que están siendo degollados a millares por motivos religiosos y aún les queda corazón para morir diciendo, ¡Señor, perdónales que no saben lo que hacen!