En su lento cabalgar hacia el crepúsculo, Alfonso Guerra le canta a Juan Cruz la triste balada de carencia porque en su tiempo faltó "alentar una cultura del ser más que del tener. Echo de menos haber logrado que la gente, al compás de lo que hacía con su libertad, tuviera más deseos de una vida austera". Muere la tarde sobre el primer vicepresidente socialista y el último parlamentario de la transición.

Se logró una mezcla: que el país fuera libre de gastar aunque no tanto en qué. Los socialistas y la banca iniciaron "la dictadura del propietariado" que esclavizó a los españoles a la hipoteca. Cuando los tipos de interés eran altos, los precios de los inmuebles aún eran accesibles. Cuando los tipos de interés bajaron, equilibraron las cuotas subiendo el precio de las viviendas. Así se forjó el país bancarizado y la población hipotecada del uno al otro confín, sin hecho diferencial. El modelo resultante fue una población fijada firmemente al territorio por bienes raíces y cercada por un alcorque que ponía el ayuntamiento, dependiente del impuesto de inmuebles, alegremente gastizo e inversor para ganar elecciones y comisiones. En el momento cumbre Aznar declaró que "España va bien", desplegando todas las velas para coger más viento especulador.

No somos tan libres ni tan poco austeros, ni tan libres de ser austeros porque no hay sitio fuera del cajero automático que es la economía española y se pagan las consecuencias en bloque, con crisis para todos menos para quienes más se beneficiaron mientras la criaban.

Aparte de eso, llegamos a vivir en el país donde era más rápido hacerse rico -lo dijo Solchaga, enemigo de Guerra- y recibimos las primeras lecciones de riqueza y mando democrático de socialistas que cumplían en los asientos traseros del Mercedes sus sueños de torero poniendo los cuernos y, a la vez, sosteniendo el estoque. La política también está bancarizada y ellos fueron los primeros.