Hace unos días, ojeando el periódico, me detuve en un artículo sobre un tema que no viene al caso. La lectura transcurría plácida cuando, de forma inesperada, el anónimo columnista me sorprendió con esta frase lapidaria: "...tengo más imaginación que yo qué sé". Una expresión absurda y cómica al mismo tiempo que, además de la sonrisa, me provocó una reflexión sobre el humor.

Al margen de componentes culturales, son diversas las teorías que tratan de explicar esa característica, universal y exclusiva, de nuestra especie.

El miedo y la agresividad existen en el mundo animal. El humor, no. Solo el hombre tiene la capacidad de reírse, incluso de sí mismo, en cualquier lugar y condición.

Para algunos, las situaciones cómicas son aquellas que nos hacen sentir superiores a la víctima. Nos reímos del que se cae, del que se equivoca, del payaso que recibe la colleja o de quien se deja atrapar ingenuamente por el objetivo de una "cámara indiscreta". Es este un tipo de humor característico de los más pequeños. Ingenuo, tierno y con cierta dosis de sadismo.

Para otros, como mi amigo el psicólogo, la risa viene a ser como la válvula de escape de una olla a presión. La conocida teoría psicoanalítica según la cual, para que el individuo no explote, la razón necesita olvidar, de tarde en tarde, sus funciones de represión y dejar que afloren al exterior nuestros impulsos más básicos y primarios.

Hay un tercer grupo. Aquel para el que la risa es consecuencia del alejamiento o destrucción de una norma. Esto no implica que todos los desvíos produzcan risa, ¡solo faltaría! Significa, sencillamente, que, si la hay, es porque alguien ha defraudado una expectativa, se ha saltado un código o ha incumplido una regla. Moral, estética, artística, ética. La que sea, de cualquier tipo. Incluso lógica, como en la frase que originó este artículo. Lo que importa, aquí, es la transgresión.

Particularmente, me quedo con esta teoría. El humor como desobediencia a las leyes establecidas.

Visto así, además de la rebeldía que supone, vendría a revelar la estupidez de algunas normas y leyes que nos han vendido como provechosas cuando lo que realmente encubren son intereses particulares. Es este un tipo de humor no exento de riesgo y exige, además de talento, valentía a sus creadores. Estos días hemos contemplado, incrédulos, el atentado contra el semanario satírico francés "Charlie Hebdo". Su pecado, denunciar el fanatismo religioso. Creyeron en la libertad de expresión y bien caro lo pagaron.

Sirvan estas líneas, además de repulsa por la barbarie, de homenaje a las víctimas parisinas.

También de agradecimiento a todos los profesionales del humor gráfico por su labor abnegada y silenciosa frente a la soledad de un papel.