El suceso ha conmocionado al mundo entero. Tres terroristas, en diversos actos, han asesinado a 17 personas y han herido a otras cuantas en la capital francesa. La acogedora, la hospitalaria París se ha visto teñida de sangre inocente. Durante más de 50 horas el terror, el miedo colectivo ha ensombrecido la bellísima "ciudad de la luz", en la que se han sentido amenazados, sin saber cómo, pero con riesgo de muerte, los millones de sus moradores. La muerte ha tomado presencia en casa, porque los asesinos, al menos los que se cobraron más cadáveres, tenían nacionalidad francesa, que también ostentaron sus padres. Pero las armas habían llegado de lejanos países que se hallan en guerra declarada. Las armas importadas, utilizadas por ciudadanos franceses, han sembrado la muerte y con ella el terror, en París y en Francia de manera inmediata.

Pero el miedo, más o menos reconocido, se ha extendido por el resto del mundo: diversos países, que ya han gustado en propias carnes el agrio sabor que deja la muerte en las gentes por el terror, han sentido renacer su propia experiencia y han coreado unánimes el rechazo a la injustificada acción terrorista. Desde una óptica común, todos han reconocido que ninguna falta es merecedora de la muerte. En ese atentado contra la libertad, todos han salido a defender ese sacrosanto derecho, concediéndolo, quizá un poco exageradamente, hasta la blasfemia. No voy a entrar en ese supuesto, que ha sido incluido por determinadas ideologías, quizá interesadas desde puntos de vista antirreligiosos. La blasfemia es algo que se sale, en rigor, del ámbito humano y será mejor no relacionarlo con las libertades humanas.

Unos ciudadanos -en este caso los españoles- han traído al presente el luctuoso suceso del 11 de marzo de 2004; los norteamericanos han revivido aquella triste mañana de un 11 de septiembre; los marroquíes han pensado en aquel atentado ocurrido en Rabat; países del oriente han regustado con dolor tantos atentados que -por desgracia frecuentemente- se dan en sus martirizados países? La sombra del terror oscurece a países del mundo entero. Por eso no extraña, en absoluto, que una multitud de naciones hayan acudido, por medio de sus mandatarios, a la convocatoria hecha por el presidente francés, señor Hollande, para el pasado domingo 11 de enero. Impresiona la fotografía aérea de la plaza de la República en París ofrecida por algunos periódicos: Cierto que la inmensa mayoría de los asistentes a la impresionante manifestación son franceses; pero allí había muchos ciudadanos extranjeros y foráneos son la mayor parte de los altos mandatarios que aparecen en las primeras filas. Nunca el mundo ha respondido con tanta unanimidad a un llamamiento contra el terrorismo.

Pero no se puede negar el gran acierto que ha tenido el más alto dignatario francés al convocar esa reunión, abierta a todo el mundo. Un innegable acierto en este acontecimiento sobrecogedor. Ni España, en aquel 11 de marzo -tal vez porque estaba en trance de cambio de Gobierno-, ni los Estados Unidos en aquel luctuoso 11 de septiembre tuvieron la feliz ocurrencia de abrir las puertas de su capital a todos sus ciudadanos nacionales y al mundo entero. Se lamieron sus heridas en privado y no solicitaron la condolencia efectiva de las naciones.

Otro acierto de Francia ha sido sustanciar lo más inmediato del caso en tres días incompletos. En primer lugar, en ese cortísimo plazo conocieron indudablemente quiénes fueron los terroristas implicados. Todavía hoy existen dudas razonables sobre quiénes perpetraron los sucesos del 11M en España. Y, a esos méritos, se ha unido en Francia la ejecución de los culpables. Podrá discutirse si hubiera sido mejor capturar a los terroristas y condenarlos, previo juicio, a cadena perpetua; pero, ante personajes armados y prestos a disparar, existía el riesgo seguro de que otros policías pagaran con sus vidas la heroicidad de la captura. Mas, dejada a un lado esa discusión, no cabe duda de que nunca podrá ocurrir -como sucede en España- que esos criminales sean condenados a penas imposibles de cumplir y pasados unos pocos años sigan la senda de los De Juana, Bolinaga, Santi Potros? etc. etc. También se da aquí el acierto de evitar estas peripecias a las que lleva el "garantismo" español.